Cuando estamos en una relación de pareja, dígasele noviazgo o matrimonio, puede ser fácil confundir hasta qué punto debemos dar o ceder para que la misma funcione, sin llegar a perdernos a nosotras mismas y dejar de lado lo que queremos. Sabemos que las relaciones se tratan de dar y de servir, pero en ocasiones nos preguntamos hasta cuándo debemos hacerlo, hasta cuándo defender el punto de vista propio y cuándo dar prioridad a lo que piensa o desea nuestra pareja. Es una fina línea la que divide el autoestima del egoísmo; la primera es esencial para cualquier relación, el segundo mata toda relación.
Desde de mi punto de vista, si comienzas una relación pensando que siempre se va a hacer lo que tú quieras y que tu opinión siempre será la correcta, no vamos por buen camino. Por el otro lado, si piensas que estar comprometida con alguien significa siempre hacer lo que él quiere, siempre dar prioridad a sus deseos y no defender tus puntos de vista, estás en un extremo no muy saludable y que comúnmente lleva al fracaso a la relación.
Hay quien piensa que el verdadero amor implica siempre poner los intereses de la pareja antes que los propios. Yo pienso que para que una relación de dos funcione, es necesario amarse primero a uno mismo, lo que significa pensar primero en mí y en mis necesidades.
Sonará trillado, pero creo que nadie puede dar lo que no tiene. Simplemente es así. Por tanto, si yo como mujer no me preocupo por poner primero en orden mis deseos, mis sueños, mis necesidades, si no sé lo que estoy dispuesta a ceder y lo que no, ¿cómo puedo entonces funcionar en una relación con alguien más?
Considero que en primer término las mujeres debemos privilegiar el tiempo personal para conocernos, para tener claro qué buscamos en la vida y luego en una relación, y por supuesto qué ofrecemos nosotras, y entonces podremos adentrarnos en una sin miedos, porque el amarnos a nosotras mismas primero nos otorga más amor del que imaginamos para dar, sólo así podemos entregarnos sin reservas, porque estamos en paz con nosotras mismas, porque no nos da miedo ser lastimadas, porque sabemos que nada ni nadie puede romper un espíritu en paz.
Lo mismo sucede con las mamás. Si mi faceta de mujer y persona no está en paz, si tengo frustraciones, corajes, resentimientos, arrepentimientos, en una palabra, si no me siento bien, ¿cómo puedo contribuir exitosamente a la formación del carácter de otro ser humano?
Debemos darnos prioridad, tener mi tiempo, mi espacio, mis sueños, mis metas, y esto no es egoísmo, es comprender que sólo si yo me encuentro funcionando al 100 tendré la energía y la funcionalidad para darme a mis hijos.
Cuando una mujer tiene equilibrio emocional y psicológico se puede ver, porque se refleja su seguridad, su amor, su belleza interior, porque puede ser excelente esposa, la mejor madre, ama de casa, tener un trabajo y además no descuidar su aspecto físico o el arreglo del hogar. Una mujer en equilibro es sexy. Y todo esto puede sonar abrumador pero hay muchísimas mujeres que día a día lo manejan y que lo hacen de maravilla. ¿Cómo pueden hacerlo, te preguntas?
Se valoran a sí mismas y se dan lo que merecen, ponerse en primer lugar. Estas mujeres cuidan su mente, su cuerpo y su espíritu. Y entonces tienen la fuerza y el amor para cuidar y proteger a sus seres amados, a sus parejas, a sus hijos, a sus padres; se cansan, pero no se quejan. Todas podemos, muchas lo hacen, y tú ciertamente puedes hacerlo también.
¡Quiérete, date tú (el primer) lugar, y sorpréndete a ti misma! Todos a tu alrededor te lo agradecerán. Si en tu casa la reina está bien, todo estará bien. Primero tú. ¡Siempre pa´delante!