Hace unas semanas leí un tuit del abogado sinaloense David Álvarez que decía: “Los medios ordinarios de defensa y el amparo están ahí para que los utilices. No tengas miedo de que el juez se vaya a molestar y tomar represalias. Si lo hace es porque no debería ser juez”. Un texto que si bien está enfocado a la actividad del litigio, va más allá de los expedientes judiciales.
Particularmente a sociedades como la nuestra, le cuesta trabajo quejarse formalmente de sus gobernantes. En las pláticas de café, de cantina o de carne asada, sin duda el debate es de un tono aguerrido y combativo, pero suele no ir más allá de las conversaciones informales. De política se habla como del partido de la Roma contra el Barcelona, o del loco clima que nos ha tocado en estos últimos días.
En la mayoría de los casos, la queja hacia el servidor público no es llevada por caminos institucionales ni mucho menos a través de una simple protesta. Esto provoca que el debate sobre los problemas comunes no madure y que se dejen de aplicar sanciones o fijar responsabilidades por la pasividad del particular.
La expectativa de un beneficio o el riesgo de una sanción social son motivos suficientes para apagar la voz. Compartir una publicación, “retwittear” o dar un like, que cuestiona el status quo, es causa de reflexión por las implicaciones positivas o negativas que podrían tener sobre una persona.
Quejarse está bien. Públicamente es mejor. Hacerlo a través de los canales institucionales lo óptimo. “Llorar” amargamente por la aplicación de un impuesto mal diseñado sin combatirlo legalmente es infantil. Buscar solucionar problemas a través de favores y no mediante la aplicación de la ley, es irresponsable.
La esperanza de recibir una dádiva o no recibir un castigo por dejar de ejercer nuestros derechos, limitan la presión que la sociedad puede tener sobre la autoridad y da entrada libre a las arbitrariedades y a los abusos.
Una sociedad adormecida o expectante de lo que sus gobernantes les pongan sobre la mesa, estará siempre sometida a los designios de quien tenga el poder, aunque piensen que están ganando.
Parafraseando al abogado, si el gobernante se ofende o toma represalias porque los ciudadanos se quejan o lo denuncian, no debería ostentar un cargo público.
A OJO DE BUEN CUBERO
En el debate sobre la venta del avión presidencial Andrés Manuel López Obrador apela a la desigualdad que, sin duda, es agraviante en México. Lo irrisorio de la propuesta es que también el candidato de Morena juega, implícitamente, a hacer creer que el producto de la venta será repartido equitativamente entre los menos favorecidos, cuando la experiencia de muchas entidades federativas en materia de austeridad, nos dice totalmente lo contrario.
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