El Filosofo de Güémez

Día de muertos

Publicado el 31 de octubre de 2016

Cierto día, el Filósofo de Güémez, acompañado de Vespucio, el viejo zapatero remendón del pueblo –su compadre–, se dirigían al mercado Argüelles, cuando pasaron por los funerales de Arredondo, cuatro individuos y un grupo de familiares y apesadumbrados amigos salían cargando el dolor de la muerte con un féretro en hombros, los dolientes que cargaban el ataúd, al ver a viejo Filósofo, quien en señal de respeto y dolor llevaba su testa inclinada y su sombrero de palma en la diestra, lo saludaron uno a uno:
––¡Oiiiiittttt, Filósofo!
––¡Essse Filósofo! –exclamó el segundo.
––¡Filósofoooo! –dijo el tercero.
––¡Qué haaaaaaay, Filósofoo! –repitió el cuarto.
El Filósofo, respetuosamente, respondió al saludo:
––¡Oooiiiiiittt! –y continúo su andar, unos metros más adelante volvió a colocarse el sombrero en la testa. Vespucio, como buen mexicano, no aguantó en su pecho la duda y preguntó:
––Oye, Filósofo, ¿quién será el muerto?
––Po’s yo creo que el que va en la caja –respondió el Filósofo–, ¡fue el único que no me saludó!
Esta historia que le adjudico al Filósofo sirve para demostrar que los mexicanos somos un pueblo que ríe de todo y de nada, con los demás y de sí mismo, de lo más risible: la política y sus políticos; y lo más solemne: la religión y la muerte.

Carlos Pellicer, en su “Discurso por las flores”, dice: “El pueblo mexicano tiene dos obsesiones: el gusto por la muerte y el amor a las flores…”, pues en este 1 y 2 de noviembre las tumbas de nuestros seres queridos se funden entre las flores, el amor, el recuerdo y el respeto a quienes con su partida se llevaron algo de nosotros.
Mientras la celebración del Halloween se da marcadamente en el norte del país, EL DÍA DE MUERTOS sigue siendo una tradición, una fiesta popular que hemos heredado de generación en generación, en la cual la ofrenda del DÍA DE MUERTOS es un altar en el que la familia ofrece un generoso banquete a los espíritus de los seres amados que ya partieron.

En esta fecha llegamos de los cuatro puntos cardinales a los panteones, puntuales a la cita con el recuerdo y con el reencuentro, se limpian las sepulturas, se pintan las letras de la lápida, los camposantos se llenan de una algarabía sin igual, de oraciones a granel, de un caleidoscopio multicolor de flores donde no pueden faltar las gladiolas, margaritas, tulipanes, cempaxúchitl, y a veces la música y la alegría para recordar al difunto.

El DÍA DE MUERTOS es una fiesta cívica llena de mexicanidad, ahí quedan atrás los odios, los rencores, el resentimiento, nos une el recuerdo y el amor de nuestros seres queridos difuntos, ahí sale a la luz la más exquisita gastronomía con sus panes, comidas, no pueden faltar las calaveritas de dulce, pero tampoco los ingeniosos versos que a través de las “calaveras” expresan el agudo pensar del mexicano.
En 2003 la UNESCO reconoció los cientos de festivales indígenas del DÍA DE MUERTOS que se celebran en nuestro país como una obra maestra del patrimonio oral de la comunidad: “una de las representaciones del patrimonio vivo de México y del mundo, y como una de las expresiones más antiguas y de mayor fuerza entre los grupos indígenas del país.

Permítanme concluir con cuatro frases del Filósofo de Güémez:
“Se está muriendo mucha gente… ¡QUE NO HABÍA MUERTO ANTES!”
“Si tú no vas al entierro de tus amigos… ¡ELLOS IRÁN AL TUYO!”
“Todos vamos rumbo al panteón… ¡PERO NO EMPUJEN!”1
“Pa’ vida de morirse… ¡HAY QUE ESTAR VIVO!”

Ramón Durón Ruíz (+)