El fracaso –prematuro– de la Guardia Nacional
Por Ricardo Alexander M.
Parece un mal chiste. En su larga campaña por la Presidencia de la República, López Obrador se dedicó a criticar —y desacreditar— la estrategia de seguridad que comenzó Felipe Calderón y continuó Enrique Peña Nieto.
Dijo que el país se tenía que pacificar, que los militares tenían que salir de la calle y que las autoridades civiles, junto con una estrategia integral, tenían que tomar el control de la situación.
Llegó al poder, y sin entender el tema y con diagnósticos precipitados, emprendió una “estrategia” que no tiene pies ni cabeza. Decidió destruir la Policía Federal —institución que poco a poco, y después de mucho dinero y esfuerzo, iba consolidándose— para sustituirla con una corporación que tuviera su sello, aunque estuviera mal concebida.
Pensó que regalando dinero los criminales iban a tranquilizarse. Que su “autoridad moral” los iba a permear y transformar. Incluso, se iba a terminar el crimen organizado por decreto. No había que pelear con ellos, simplemente entenderlos, pues al fin y al cabo “también son pueblo”. Por eso no debe sorprendernos su deferencia con la madre de Joaquín El Chapo Guzmán y su silencio por la liberación de Ovidio, su hijo.
Junto con el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Alfonso Durazo, se comprometió a que en seis meses iban a bajar los niveles de violencia a menos de la mitad. Después dijeron que en tres años.
La realidad superó a la ficción. Estamos viviendo los peores índices de homicidios en la historia moderna del país. Cada día, cerca de 100 mexicanos pierden la vida por la violencia. Y nuestras autoridades, como si no existieran. Sus reuniones de las 6 am. sólo sirven para tenerlos desmañanados.
Este lunes —un año después de la reforma constitucional en materia de seguridad—, el Presidente publicó un acuerdo que faculta a las Fuerzas Armadas para llevar a cabo “tareas de seguridad pública”, al fin y al cabo, —como dijo en su mañanera del jueves— “se está desaprovechando su utilización”, reconociendo con ello el fracaso de su estrategia y de la Guardia Nacional.
Se le dijo al Presidente, pero no quiso escuchar. La creación de una nueva corporación no solucionaría nada. La desaparición de la Policía Federal iba a generar un vacío. Estaba difícil empeorar la situación y lo logró. Había que ejecutar una estrategia con gente capaz y aglutinar los conocimientos que se obtuvieron en 12 años de combate al crimen organizado. Construir sobre lo ya hecho.
Pero ya no hay marcha atrás. El daño está hecho y se necesita ver para adelante. Todos los esfuerzos deben ser para consolidar la Guardia Nacional y tienen menos de 5 años para marcar el camino.
Está comprobado que los incondicionales del Presidente no dan resultados. ¡Al diablo el 10% de capacidad! Hay que sustituirlos.
En lugar de hacer los proyectos faraónicos —Santa Lucía, Dos Bocas, el Tren Maya—, ese dinero se debe invertir en capacitación y equipo. En lugar de reuniones interminables, que se rediseñe y reestructure la institución. Mandar a los militares a sus cuarteles.
El Presidente se la ha pasado culpando de sus propios errores a sus antecesores. Con tanta “autoridad moral” es su obligación y responsabilidad dejar las cosas mejor que como las recibió y todo indica que no lo va a lograr. Todavía está a tiempo de no hacer de este tema otro fracaso de la 4T.
*Maestro en Administración Pública por la Universidad de Harvard y profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Panamericana
Twitter: @ralexandermp