El sistema del caos
Por Ricardo Alexander M.
Es fácil notar que los gobiernos actuales de México y de Estados Unidos tienen muchas semejanzas. Entre otras, sus presidentes llegaron después de más de un intento, su victoria se puede entender como un resultado a sus antecesores, dividen fuertemente al electorado y su mandato no se puede clasificar como ordinario en ningún sentido. No pasa un día sin que nos dejen de sorprender y, claramente, no podemos decir que sus acciones sean previsibles.
Muchos de los hechos que han ocurrido y de las decisiones que se han tomado dentro de la administración del presidente López Obrador y de la de Donald Trump, hubieran sido un escándalo para otros gobiernos, pero en los actuales México y Estados Unidos, no pasan de ser nota durante un par de días y después se le olvidan a la opinión pública.
En el caso de nuestro país, temas como la escasez de gasolina en enero de este año, la explosión del ducto de gasolina en Tlahuelilpan con la consecuente muerte de 135 personas, el asesinato masivo de 13 veracruzanos –incluidos niños– en una fiesta en Minatitlán, los conflictos de interés del superdelegado de Jalisco, Carlos Lomelí, la renuncia –con una carta contundente– del exsecretario de Hacienda, Carlos Urzúa, o los ataques directos a la máxima autoridad en materia de derechos humanos, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), realmente se han logrado diluir y neutralizar –probablemente entre sí– sin afectaciones graves para la popularidad del Presidente.
Por lo que respecta a Estados Unidos, el escándalo de la injerencia de Rusia en las elecciones de su mandatario, la infidelidad de Donald Trump con una actriz porno –Stormy Daniels–, a la cual le pagó para que guardara silencio, las acusaciones que se han hecho en su contra sobre abuso sexual, o las múltiples renuncias de miembros de su gabinete y equipo cercano, no le han pegado de forma significativa.
Y esos sólo son algunos hechos que han marcado sus mandatos. En otros tiempos, sucesos de ese tipo hubieran sido suficientes para que más de uno exigiera su renuncia. Basta recordar que Nixon dejó la presidencia por el Watergate y casi le ocurre lo mismo a Bill Clinton por el tema de Monica Lewinsky. Pero ahora, respecto a nuestros presidentes, no es así. Se les resbala como agua, y, prácticamente, –fuera de algunos puntos de su popularidad–, ni los mancha.
Las razones no son del todo claras. Por una parte, ambos gobernantes gozan de gran popularidad y tienen una base firme del electorado que los apoyó de forma, básicamente, ciega. Por la otra, la manera tan caótica en la que gobiernan, tanto el presidente López Obrador como Donald Trump, genera que los escándalos se anulen y neutralicen entre sí. Todavía no termina de darse a conocer una ocurrencia, cuando otra ya está en los medios. Y mientras todo eso sucede, ni existen consecuencias ni asumen responsabilidad alguna de sus actos.
Como sociedad civil nos toca dejar de normalizar este tipo de hechos y empezar a exigir a nuestros gobernantes que actúen con responsabilidad y sensatez, pues al final de cuentas, es nuestro futuro y el de nuestros hijos lo que está en juego. No podemos seguir siendo espectadores de una historia de la que somos parte.