La solidez del retorno demanda acuerdos
Por Morelos Jaime Canseco Gómez
En forma diferente a como nuestro país ha tenido que hacer frente a otras crisis graves, la detonada actualmente por el virus del SARS-CoV2 (Covid-19) es parte de una contingencia global de salud pública. La naturaleza y características de la pandemia amenazan, en espacios de tiempo más coincidentes que divergentes, a una comunidad mundial que ha debido responder, sobre la marcha y con recursos no previstos para este reto, en la mejor forma factible ante una novedad nefasta.
Desafortunadamente esta amenaza no ha encontrado en la comunidad internacional y en países con antecedentes en asumir la vanguardia y el liderazgo, una respuesta a la altura de las circunstancias. Puede ser por lo inesperado de la pandemia, por las graves preocupaciones de cada nación o por la ausencia de una perspectiva auténticamente global, pero la falta de liderazgo es preocupante. Entramos al quinto mes de la emergencia mundial y, con honrosas muestras excepcionales, no se ha articulado una estrategia o un espacio en favor de la salud de la humanidad entera y, también, de la discusión y adopción de medidas para reactivar la economía y la viabilidad de la participación corresponsable de todos en los procesos educativo, político, social, económico y cultural.
Con intervalos entre países, pero el mundo está en pausa o casi en pausa.
Por la forma y velocidad con que se contagia el Covid-19, la reacción inicial de prevenir y evitar el contacto entre las personas ha sido positiva, abriéndose dos vertientes generales en esa decisión: realizar pruebas y por esa vía ir al encuentro del virus y las personas infectadas, o reservar las pruebas para las personas que manifiestan síntomas o se ubican en situaciones de haber sido contagiadas. No discuto las opciones, sólo enfatizó la decisión común: la supresión -si posible- o la regulación extrema de los contactos más elementales entre las personas.
El problema evidente de las medidas de mitigación y de contención es su alto impacto en el funcionamiento de las sociedades contemporáneas, porque está presente un factor muy relevante de incertidumbre: no hay todavía y no habrá en un horizonte razonable de tiempo una vacuna para prevenir o un tratamiento específico para combatir el virus. ¿Cuánto tiempo puede estar en pausa una sociedad? No parece que sea por el tiempo necesario para contar con la vacuna o el tratamiento.
Tal vez sea útil ir algunos meses hacia atrás. El impacto de un virus nuevo y para el cual no se conoce la forma de combatirlo, ya debe haberse asimilado. Es el origen de las políticas de suspender el mayor número de contactos entre las personas.
El grave riesgo de contagio masivo y la saturación de los servicios médicos y hospitalarios ante una enfermedad desconocida, también ha podido dimensionarse para su atención. A nadie podía pedírsele que las clínicas y nosocomios contaran con personal y estuvieran equipados para atender una enfermedad no existente para la especie humana. Por ello se han adecuado esos servicios y ya es razonablemente factible hacer ejercicios de planeación que dilaten o diluyan, en el escenario óptimo, la saturación de las instituciones de salud.
Las respuestas anteriores privilegian, como es ética y socialmente correcto, la salud de las personas y la preservación de la vida. Sin embargo, el todavía incompleto conocimiento del SARS-CoV2 y la incertidumbre sobre el momento en el cual podrá contarse con la vacuna o el tratamiento y su distribución masiva entre la población susceptible de ser contagiada, obligan a una reflexión subsecuente inmediata: si médicamente no estábamos preparados para la magnitud de la epidemia en lo nacional y lo global, ¿acaso lo estábamos en otros ámbitos de la organización y funcionamiento de las sociedades de hoy? ¿En lo económico?, ¿en lo educativo?, ¿en lo político? En fin, ¿en cada aspecto en el que se desenvuelve la actividad humana?
Es evidente que aún en los ejercicios de planeación estratégica o de diseño de escenarios catastróficos, si bien alguien podría haber postulado la hipótesis, definitivamente no estábamos preparados.
Por nuestra naturaleza gregaria y la manera en la cual — sin implicar ahora la ideología— están organizadas las sociedades de nuestro tiempo, retomo los cinco procesos ya mencionados, aunque el más obvio es el económico. ¿Cómo reactivamos o reconducimos éste y los de carácter educativo, político, social y cultural? Todos indispensables e interconectados indisolublemente.
La pausa solo es sostenible por algún tiempo y hacerlo requiere decisiones y acciones sin precedentes para los países y para el mundo; unas propias y otras coordinadas. La educación, el trabajo y la generación de bienes y servicios de toda índole son —en su conjunto y su síntesis— el impulso del desarrollo y del progreso, también de todo género. Ninguna sociedad, por más avanzada que nos parezca, y menos la nuestra, puede permanecer en el impasse. Sin la reactivación de los procesos aludidos, la pandemia podría desencadenar retrocesos muy lamentables y muy difíciles de remontar en el disfrute de los derechos hoy reconocidos a los personas, e incluso en su reconocimiento mismo; en un caso pensemos en los más elementales de alimentación, salud, educación y trabajo, y en otro en el libre tránsito.
Mientras no haya una vacuna o un tratamiento adecuado, hablar de domar a la pandemia es retórica sin fundamento, porque el aislamiento voluntario en casa evita el contagio masivo, pero no permite reanudar los otros procesos vitales para la vida en la sociedad de la cual formamos parte. Se evita el colapso de las instituciones hospitalarias, aún reforzadas, pero hasta ahí.
La idea de la “inmunidad del rebaño” -fallida en Gran Bretaña y que acá se perfilaba, pero que se desestimó con razón- es ética y políticamente reprochable y condenable. Demasiado riesgo y demasiadas muertes potenciales para lograr el objetivo.
¿Cómo plantear el siguiente paso para que la salida del impasse no sea en detrimento del deber de cuidar la salud y la vida de quienes habitamos en México? Y, además, es urgente, porque —cada quien sus prioridades-— el inquilino de la Casa Blanca ya volvió a someter al presidente Andrés Manuel López Obrador, ahora en lo relativo a la reactivación de procesos de manufactura vinculados a sectores esenciales para los intereses económicos y militares de los Estados Unidos de América.
Vale insistir. La pandemia no tiene precedentes y su atención demanda soluciones acordes a su dimensión y características. Su profundidad requiere previsiones de carácter global y nacional de —al menos— mediano plazo. Es imperativo resolver cómo se reanudarán los procesos educativos, económicos, políticos, sociales y culturales. El aislamiento ha hecho su parte pero tiene límites, en algunos casos, demasiado próximos.
Ese conjunto de reanudaciones no puede depender del pírrico triunfo de que se “achata por la curva” porque reina el inmovilismo y le sigue la quiebra económica y el retroceso en todos los campos. Vale insistir, el diálogo amplio y los acuerdos nacionales entre los diferentes órdenes de gobierno, poderes y sectores —en el sentido más extendido— vuelve a ser indispensable para planear e implementar el retorno a las aulas, los centros de trabajo, el trabajo político, la organización social y el desarrollo cultural. En la polarización inducida y la desconfianza reinante, la articulación del consenso no visto hasta ahora es necesario para actuar sobre bases sólidas.