Maestro ilusionista
Por Ricardo Alexander M.
A principios del siglo pasado, Harry Houdini, mago y escapista húngaro, dijo que “lo que los ojos ven y los oídos oyen, la mente piensa”. En política, ocurre lo mismo. Si nos dicen que ya se acabó el huachicoleo, que la corrupción ha sido erradicada, que la economía va muy bien o que la violencia ha menguado, a veces, incluso en contra de toda evidencia, la gente lo cree.
Y, es que el presidente López Obrador y su —mal llamada— 4T, son expertos en magia e ilusionismo. En crear engaños para apartar la atención de lo importante. En distraernos con espejitos y objetos brillosos.
Lo fundamental, según el maestro ilusionista, no es la realidad, sino lo que se percibe, y qué mejor que tener repetidores que justifican y no cuestionan —como Epigmenio Ibarra, John Ackerman o Gibrán Ramírez— para hacer eco y convencer, manipular, distraer.
“Que generamos desabasto de gasolina en todo el país por olvidar importarla”. Mandemos una carta a España para exigir que nos pidan perdón por la Conquista, así ya no nos van a preguntar sobre el tema. “Que la economía y la seguridad van peor que nunca, y que bajó 7% el abasto de medicinas en el IMSS”. No importa, vamos a organizar una rifa del avión presidencial y volvámoslo el centro de atención por los siguientes meses.
Todos los pretextos son buenos para que en su mañanera se hable de cualquier cosa y mover los reflectores a temas superfluos. Al fin y al cabo, parece que es más importante polemizar una hora sobre la muerte de Carranza o el legado de Juárez, que hablar de los números reales de la pandemia y los cuestionamientos que han hecho los medios internacionales al respecto.
Para el maestro ilusionista, lo importante son los “otros datos”, los que se ajustan al discurso y a la necesidad del momento. No importa que el mundo nos deje de tomar en serio.
Si el peso mexicano se aprecia frente al dólar, es por los buenos manejos del gobierno federal. Si se deprecia, es por la situación internacional.
Incluso, acaba de proponer desechar los índices tradicionales —que no le favorecen— y sólo enfocarse en otros que midan el bienestar y la felicidad. La idea es reemplazar mediciones serias por otras que fácilmente pueda manipular.
Son tantos los distractores y tanta la confusión, que dejan de ser relevantes las artimañas. Parece que ya están en el olvido temas como la liberación del hijo de Joaquín El Chapo Guzmán, Ovidio, y la deferencia a su madre en la visita del mandatario a Badiraguato, Sinaloa. Las casas de Manuel Bartlett. La cancelación, con consultas amañadas, de la construcción del aeropuerto de Texcoco o de la cervecera de Constellation Brands, en Baja California. El fiasco de Rocío Nahle negociando no bajar la producción de petróleo ante la OPEP.
Con tantas ocurrencias, en unos días no nos vamos a acordar del proyecto de reforma del Presidente para controlar el Presupuesto de Egresos o el acuerdo que emitió la Secretaría de Energía que limita las energías renovables.
Ante tal situación, tenemos que preocuparnos y ocuparnos, que los distractores y engaños no nos deslumbren, pues, “perro viejo no aprende trucos nuevos” y, durante este sexenio, el maestro ilusionista no parará de tratar de sorprendernos.
*Maestro en Administración Pública por la Universidad de Harvard y profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Panamericana.
Twitter: @ralexandermp