El Batallón de San Patricio y el Presidente
El presidente López Obrador se dice un gran amante de la historia de México, a la que, según nos cuenta —pero no lo demuestra—, ha estudiado a cabalidad. Lo cierto es que su conocimiento se circunscribe a los hechos que le ayudan a contar su propia versión de las cosas y visión del país —por ejemplo, asimila a personajes tan diferentes como Madero o Juárez—, ignorando muchos de los acontecimientos que forjaron nuestra gran nación, hoy dividida desde el oficialismo.
Ejemplos hay muchos. Uno muy relevante es el del Batallón de San Patricio, que justamente conmemoramos hace un par de días, el 17 de marzo, junto con el santo patrono de los irlandeses. Por si no lo conoce el mandatario, aquí se lo contamos —otra vez—.
Corría la mitad del siglo XIX. Las políticas expansionistas de Estados Unidos habían llevado a su gobierno —bajo pretexto de defender la independencia de Texas—, dirigido por el presidente James Polk, a invadir el territorio mexicano para presionarnos a reconocerla.
Dentro de ese ejército estadunidense existía una unidad militar compuesta por europeos, en su mayoría irlandeses, y alemanes, que habían emigrado a Estados Unidos en busca de mejores oportunidades. De manera sorpresiva, y al ver la injusticia que se estaba materializando bajo falsos pretextos, decidieron desertar y apoyar al ejército mexicano —que, además, era católico, como ellos—.
A ese grupo de militares europeos, que defendieron a nuestra gran nación del imperialismo yanqui, se le conoce como el Batallón de San Patricio.
La primera ofensiva en la que los san patricios lucharon de la mano del ejército mexicano, fue en septiembre de 1846, en Monterrey. Le siguió la Batalla de Angostura, en Coahuila, en febrero de 1847.
El fin del batallón se dio en Churubusco, en agosto de 1847, cuando después de una intensa defensa de la tropa mexicana, cayó el Convento de Santa María de Churubusco —hoy Museo Nacional de las Intervenciones—. Victorioso, el general David Twiggs, quien encabezaba las fuerzas estadunidenses, le preguntó al general Pedro María Anaya sobre las municiones y armamento de los vencidos, a lo que éste contestó “si hubiera parque, no estaría usted aquí”.
No obstante el valor y coraje de dicha unidad militar, varios de sus miembros fueron capturados, tratados como traidores por los estadunidenses y ahorcados en San Jacinto, en la Ciudad de México, donde hoy el batallón es recordado con una placa conmemorativa.
Los restos de estos soldados extranjeros fueron enterrados en diversos lugares de la ciudad, como la iglesia de Tlacopac, donde existe una cruz celta en su honor. También se cuenta que algunos pudieron escapar y con el tiempo ocultarse entre la población mexicana.
Esta parte importante de nuestra historia viene a cuento pues el presidente López Obrador está empecinado en destruir todo para imponer su propia visión de país. Se le olvida que somos el resultado de siglos de luchas y trabajo. De esfuerzo en lograr tener un México mejor. Más justo y equitativo.
En la mayoría de los casos, nuestras instituciones no son ocurrencias de legisladores improvisados, sino son consecuencia de ensayos y errores. Lo ideal sería que aprendiera eso antes de mandarlas “al diablo”. Pero ya sabemos que no ocurrirá. De ahí la importancia del voto en las próximas elecciones.
*Maestro en Administración Pública por la Universidad de Harvard y profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Panamericana.