El primer minuto de la 4T
Por Ricardo Alexander M.
Realmente sólo han pasado un poco más de dos años desde aquel primer minuto, aunque parece que fue una década. Después de que salieron los candidatos vencidos a aceptar su derrota, en ese 1 de julio de 2018, ya se sabía quién tendría las riendas del país en los siguientes seis años.
Desde un hotel de la Alameda de la Ciudad de México, López Obrador emitía un mensaje que prometía esperanza y reconciliación. Tranquilizaba a los mercados y a quienes pensaban que “era un peligro para México”. En ese momento, parecía que los miedos habían sido infundados y realmente sería ese gran mandatario al que, un par de horas después, desde el Zócalo capitalino, dijo aspirar.
En el primer minuto de la 4T todo indicaba que, después de un discurso de polarización usado por años, por fin sería el Presidente de todos los mexicanos. Que habría un real combate a la corrupción y un cambio de régimen. Que los antiguos vicios del gobierno iban a desaparecer, pues algo habría aprendido por su paso en el gobierno de la Ciudad de México y por sus doce años de campaña recorriendo el país.
Pensábamos que no tomaría esas medidas radicales que había anunciado antes de la elección y que muchas de sus promesas de campaña —las más descabelladas— únicamente se quedarían en eso. Que alguien que había llegado al poder después de tanto esfuerzo y en contra de viento y marea no se perdería en la soberbia y buscaría un gran pacto con los diversos sectores de la sociedad. Al fin y al cabo, lo que estaba en juego era su legado.
En ese primer minuto, no era concebible pensar que después de dos años la esperanza se iba a convertir en miedo. En la frustración de ver cómo todo lo creado en décadas de trabajo y esfuerzo se hacía polvo como un castillo de arena pisado por un niño. Que iba a tirar a la basura el proyecto aeroportuario más importante de Latinoamérica —y los 100 mil millones de pesos invertidos— por un capricho. Simplemente porque quería demostrar que podía.
En ese momento no había manera de saber que su ambición lo llevaría a concentrar poder al grado de hacer ver a los priistas del viejo régimen como principiantes. Que iba a cooptar al Poder Legislativo y —vergonzosamente— al Poder Judicial. Que, en la práctica, el federalismo iba a ser sustituido por un centralismo.
Hoy, hay más pobreza. Más desigualdad. Más muertos. Más opacidad. Más anarquía. Más incertidumbre. Realmente, ¿este es el sistema democrático al que aspiramos llegar? Con un Presidente que siente que él es la ley y el Estado de derecho, y ninguna institución se atreve a decirle lo contrario por miedo a sus policías.
La realidad es que somos como ranas en una olla que no se dan cuenta que el agua cada vez está más caliente. Que nuestro país está peor que hace dos años. Que estamos caminando en reversa, aunque los aplaudidores del régimen se dediquen a gritar lo contrario.
Es como el alcohólico que se despierta un día con una tremenda cruda, bañado en su vomito y no sabe cómo llegó a ese momento. Poco a poco, empezando por el primer trago.
Parece que se nos olvida el país que concebíamos en ese primer minuto de la Cuarta Transformación. Un México que llega al quinto partido. Que todo el mundo quiere venir a conocer y es uno de los destinos favoritos de los empresarios. Nos toca tratar de recuperar ese México. Todavía estamos a tiempo.
*Maestro en Administración Pública por la Universidad de Harvard y profesor en la Universidad Panamericana.