El villano de la Navidad
Por Ricardo Alexander M.
No es cosa de juego ni de un cuento para niños. Si bien no es verde y con unos dientes afilados, se trata de un verdadero villano. Disfruta, más que nada, en decir mentiras y manipular. Aunque no lo diga, odia ver a la gente bien y contenta. Le molesta no ser el centro de atención y el objeto de cualquier cumplido o agradecimiento.
Como los grandes malosos de las películas, vive en un enorme palacio. Tiene cientos de súbditos a su servicio y no existe una palabra que odie más que cuando alguien le dice “no”.
Es cierto que no sólo aparece en la Navidad, pero su maldad resalta y contrasta más en esta época, en la que los buenos deseos de la gente se mezclan con sus —valga la redundancia— malvadas intenciones.
Nadie puede negar que se trata de alguien muy especial y habilidoso. Desde pequeño, el villano de la Navidad se pensó como un heredero de las grandes figuras de la historia y, probablemente —¿por qué no?—, su reencarnación. De ahí su enorme ego, que logra esconder de manera magistral, pero que reluce cuando lo contradicen o evidencian.
Si bien desprecia a casi todos, probablemente por un gran resentimiento alimentado por años, los niños le generan un especial recelo, a los que no le importa cuidar cuando lo necesitan, como cuando se enferman. Es más, probablemente, por algunos traumas de la infancia, piensa que son instrumentos de manipulación y, como su pecho no es bodega, no tiene empacho en decirlo.
Dentro de sus “poderes” está el parecer como algo que no es y hacer creer a los demás en lo que él no cree. Sabe convencer. Es persistente y casi siempre se sale con la suya, se trate de una mala o de una buena idea.
Durante años ha aprendido técnicas de manipulación. Por ejemplo, sostiene que si alguien dice muchas veces una mentira, se convierte en verdad, y eso le funciona. También sabe contar historias y narraciones para convencer con sus dulces —y envenenadas— palabras a los incautos que no notan las contradicciones y mentiras que salen de su boca.
Es versado en crear cortinas de humo. Sabe cómo mover la atención a temas burdos e irrelevantes, mientras las cosas importantes se esconden bajo la alfombra. También es experto en explotar los miedos de las personas que, cuando lo escuchan, se convencen de que existen otros villanos, mientras que el verdadero malo es justamente quien tienen enfrente.
Sus pequeños ayudantes —antielfos, les llama— lo auxilian a replicar sus cuentos, creando tal caos que es difícil centrar la atención en algo sino en neutralizar a esos gritones duendecillos.
Al final, el villano de la Navidad es tan bueno en lo que hace que logra que muchos lo defiendan y aplaudan, cuando realmente es él quien los usa y los daña.
Sin embargo, como todos los villanos, tiene puntos débiles. Él no lo sabe, pero el sentimiento de superioridad —moral e intelectual— lo imposibilita a escuchar a los que lo rodean y buscan aconsejarlo. Además, el odio que siente en lo más profundo de su ser le nubla la visión y lo lleva a tomar torpes decisiones.