Pax andresiana
Por Ricardo Alexander M.
Quién hubiera dicho que la receta era tan sencilla. Realmente nos dejarán callados a los que opinábamos que eso de abrazos, no balazos era una idea tanto simple como ridícula. A los que fuertemente criticamos que el Ejército no volviera a sus cuarteles y en su lugar se fortaleciera y se le dieran tareas que correspondían a la sociedad civil. A los que nos escandalizábamos de los pactos con el narco.
Claramente, Calderón y sus asesores en seguridad, así como los expertos en la materia que desde la comodidad de sus casas criticaban que era un error eliminar a la Policía Federal, se equivocaban.
Realmente nos demostró que con esos apoyos sociales y con las “jaladas” de oreja de sus madres era suficiente. Pero eso sólo se podía lograr con calidad moral y en un país con un sólido tejido social como el que existe en México desde que la Cuarta Transformación llegó al gobierno. Verdaderamente estamos frente a la regeneración de la vida nacional por el ejemplo santificante que emana de nuestro líder.
En tan sólo tres años logró lo que los gobiernos anteriores apenas soñaban, pacificar a México. Y no sólo consiguió terminar con la escalada de violencia, sino que se pudo alcanzar esa integración de clases sociales: todos más ricos, todos más iguales. La economía creciendo. La felicidad desbordada.
A la par que fortaleció nuestra democracia, al poner en regla a los organismos autónomos que, en el fondo, eran simples cotos de poder cooptados por pillos y neoliberales, logró erradicar de raíz la corrupción desde el primer día de su gobierno.
No se diga el Estado de derecho. Hemos demostrado a todos nuestros vecinos del sur que sí se puede dar la vuelta a la situación. Sólo basta que las escaleras se barran de arriba hacia abajo para desaparecer la impunidad que ningún gobierno en la historia de México había podido erradicar. Ahora sí el costo de delinquir es tan alto que, difícilmente, alguien se atreve a hacerlo.
Se nos dijo y no lo creímos. Los funcionarios públicos intachables nos demostraron que el 10% de experiencia era más que suficiente para lograr resultados espectaculares. Ahí tenemos nuestro excelente sistema de salud pública, comparable sólo con países como Suecia o Dinamarca, o el impoluto manejo de la pandemia, por el que nuestro líder y su equipo deberían ser nominados al Nobel de la Paz. Y claro, el doctor López-Gatell, por lo menos a dirigir la OMS.
Pero en el fondo hoy sabemos que, aunque lo diga el Jefe, no es que sea fácil gobernar, sino que tenemos la dicha de ser administrados por mentes privilegiadas que plasman sus ideas en frases cortas y penetrantes —”por el bien de todos, primero los pobres”, “sobre advertencia no hay engaño: sea quien sea será castigado” o “al margen de la ley, nada; por encima de la ley, nadie”— que se convierten en verdaderas políticas públicas.
Tan simple y tan complicado. Por eso, el actual es el único modelo económico y social que cualquier país necesita para lograr esa pax andreasiana que tanta falta le hacía a México.
Y, si bien es cierto que la clase conservadora se encarga de repetir que el gobierno de la Cuarta Transformación ha sido el peor y más violento de la historia moderna, simplemente para regresar a sus privilegios, tenemos la convicción de que, aunque el líder comunica sus resultados todos los días con una humildad franciscana, el pueblo sabio conoce la realidad.