Que esperar del Presidente
Por Ricardo Alexander M.
Parecía que su aislamiento y la complicación de la enfermedad posiblemente le daría algo de perspectiva. Le permitirían un momento de reflexión, después de dos años de una ajetreada agenda, para retomar el rumbo y poder llegar a ser ese “gran Presidente” al que dijo aspirar cuando ganó la elección en 2018. Por lo menos es lo que esperábamos algunos ingenuos.
Error. Rotunda equivocación. El Presidente regresó el lunes a su mañanera con las pilas renovadas y las fobias acrecentadas. Con los enemigos invisibles de siempre. Se fue en contra de los “conservadores”, sus eternos adversarios. De los periodistas que lo critican. Del pasado que acecha a su proyecto de gobierno. Regresó de su convalecencia para seguir sembrando odio y división entre los mexicanos, al más puro estilo de su amigo Donald Trump.
Después inauguró un aeropuerto que no existe —mintió al decir que era de los mejores del mundo— y apuntaló su apoyo al Ejército y la Marina, a la par que defendió la continuación de sus proyectos faraónicos, no obstante que ese dinero podría invertirse de mejor manera.
No hay peor ciego que el que no quiere ver. Y lo que tenemos que asumir es lo que se viene en estos próximos cuatro años, mientras el mandatario se ve arrinconado por una terca realidad que no se adapta a su visión del mundo.
No hay más. Con los meses, podemos esperar la radicalización de sus posturas. Donde sus críticos constituyen enemigos que lo único que buscan es su hueso, su chayote, como dicen sus seguidores. Que opinan en contra de su gobierno, no por los pésimos resultados –prácticamente en todas las materias–, sino porque quieren regresar a sus privilegios.
Veremos mas distractores y cortinas de humo —del estilo de la rifa del avión presidencial— para desviar la atención de lo que importa —la delincuencia, la falta de medicinas, la opacidad de su gobierno—. También un mayor involucramiento de los militares, a los que les paga su lealtad con poder y recursos ilimitados.
Nos enfrentamos a una sordera selectiva que no escucha ni a sus cercanos cuando lo contradicen. Cualquiera que se atreva a desafiar su —no— educada opinión constituye un enemigo suyo y del pueblo que —piensa— representa.
Nos vamos a enfrentar a la pretensión de destruir todo lo que huela a autónomo e independiente, desde organismos constitucionales, hasta leyes o normas que le signifiquen un límite o control. Al poder que busca transgredir las reglas que antes defendía, como las que prohíben el uso electoral de los programas sociales. “Al margen de la ley, nada; por encima de la ley, nadie”, excepto él y sus allegados. Ellos tienen “autoridad moral”.
En el fondo, es necesario aceptar que no existe manera de que rectifique el rumbo. Para eso necesitaría reconocer que se equivocó, pero al mero estilo de la infalibilidad papal, el Presidente no erra. Ya dijo: “no estoy dispuesto a que se le cambie una coma a la iniciativa de ley de la industria eléctrica”. Aunque eso vaya en contra del funcionamiento del mercado y de los tratados internacionales.
Por eso, nos toca defender el voto y la democracia. Seguir alzando la voz para proteger las instituciones que fueron creadas en décadas. Desarmarlo en las elecciones de este año con la única arma legítima que tenemos, nuestro voto. Falta poco.
*Maestro en Administración Pública por la Universidad de Harvard y profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Panamericana
Twitter: @ralexandermp