Tiempo y Reflexión (II)
Por Morelos Jaime Canseco Gómez
Tras participar en los comicios presidenciales de 2006 y 2012 sin obtener el triunfo, el resultado electoral de 2018 presentó un cambio radical para el presidente Andrés Manuel López Obrador. Salvo los comicios de 2003 y 2006 en la capital de la República y aunque no figurará en la boleta de la elección de 2021, es la primera ocasión que su atención a la elección nacional podrá hacerla desde el ejercicio del poder público. Cierto, el poder desgasta, pero también confiere una multiplicidad de elementos para concurrir a la cita con las urnas.
Así, con base en el discurso de la propuesta planteada durante la última campaña y, particularmente, a partir del resultado del 1 de julio de 2018, postuló el arribo de una transformación para el país de dimensiones similares a la Independencia, la Reforma y la Revolución; se lanzó a la destrucción de símbolos del poder en la etapa precedente, y ha buscado la polarización de la sociedad entre quienes tienen acceso a un buen número de satisfactores políticos, económicos y sociales, y quienes carecen de ellos.
Ha conducido la gestión gubernamental con el propósito de refrendar —por así decirlo— el mandato en 2021 con motivo de la elección para renovar la integración de la Cámara de Diputados; destaco el establecimiento de programas sociales de carácter asistencial y clientelar, ahora elevados a norma constitucional, y la reordenación de las prioridades presupuestales a fin de asegurar los recursos indispensables para sustentar esas asignaciones.
Se han construido una narrativa para guiar la socialización del desempeño del Ejecutivo de la Unión y explicar y recrear sus decisiones: pobreza e injusticia como resultado de gestiones insensibles, que incluso dispusieron de recursos públicos sin derecho y que sólo ahora no habrán de quedar impunes. Un México de abuso el privilegio que se contrasta con la esperanza de conformar un México de equidad e igualdad de oportunidades.
Antes de la emergencia sanitaria se afirmaba la ausencia de resultados positivos del nuevo gobierno, pero los efectos económicos y sociales de la muy deficiente actuación presidencial y de sus colaboradores para hacer frente a las condiciones de la pandemia han generado afectaciones de dimensiones trágicas: pérdida de más de 2 millones de empleos formales; más de 12 millones adicionales de personas en pobreza extrema, y caída del PIB en más del 10 por ciento.
No obstante, es alto el porcentaje de personas electoras que aprueba la gestión de Andrés Manuel López Obrador. En varias encuestas la expresión favorable ligeramente mayor al porcentaje de votación (53 por ciento) con el cual fue electo.
¿Es la narrativa tan poderosa y convincente? Resalto el elemento que me parece central en su construcción y su difusión: está confeccionada y dirigida no a la población en general, ni tampoco a quienes piensan distinto y consideran otras opciones para atender y encauzar soluciones a los problemas de nuestro país. Sus destinatarios son quienes enfrentan condiciones de pobreza y mayor vulnerabilidad social; quienes están inmersos en situaciones de injusticia social. El mensaje y el lenguaje que se reprocha o rechaza en un ámbito de la sociedad, es justamente el que se reconoce y con el cual se identifica otro ámbito de nuestra comunidad nacional, por cierto más extendido.
Aunque se ha mencionado que los indicadores para medir el crecimiento económico no son el referente de la actual gestión presidencial, en las dificultades económicas globales y la recesión económica en que ya se encuentra México, ¿puede prolongarse la política de erogaciones en los programas federales prioritarios? ¿Habrá ingresos para sustentarlos? ¿Podrá prolongarse la narrativa que mantiene en niveles altos la aprobación presidencial?
Si no hay resultados positivos y si además se presenta un saldo de errores, equivocaciones e ineficiencias, ¿es factible plantear e impulsar un escenario de competencia viable frente al Gobierno Federal, Morena y sus aliados? Es indispensable articular y postular una narrativa distinta que despierte y motive no sólo la identidad estratégica de quienes no aprueban la gestión federal en turno, sino que también logre atraer a un porcentaje razonable de quienes, ante la falta de opción, se abstendrán o votarán por las candidaturas afines al Ejecutivo Federal.
Parecen saltar a la vista los ejes de esa narrativa: la responsabilidad en la forma tan severa como la pandemia ha afectado a decenas de miles de familias, generándose contagios y decesos que pudieron evitarse; la responsabilidad de la destrucción de millones de empleos por no adoptar medidas de apoyo a empresas y trabajadores con objeto de paliar las consecuencias de las medidas de mitigación y contención del nuevo coronavirus; la responsabilidad en el continuo deterioro de la seguridad pública por la ausencia de una auténtica estrategia de recuperación del control del territorio; y, desde luego, la responsabilidad en el deterioro de las instituciones y de los principios del equilibrio de poderes y el ejercicio democrático del poder.
Hasta ahora la integración de esa narrativa y el lenguaje para su exposición ordenada y consistente no deja de ser una prédica para los convencidos. En ese ámbito puede haber claridad, receptividad y coincidencia, pero no se busca permear deliberadamente en el otro ámbito: el conjunto de personas a quienes el Ejecutivo de la Unión les habla cotidianamente.
De los varios planos que es necesario ponderar en el horizonte de la competencia electoral 2020-2021, éste merece especial atención y propuestas de solución: si el mensaje no cruza y permea en quienes mantienen su aprobación al presidente López Obrador, el escenario de la polarización y la escisión que ha creado le resultarán a su favor.
Otros planos también requieren entendimientos y acuerdos de los partidos políticos de oposición y de la sociedad civil organizada, como las definiciones y posiciones esenciales de convergencia y afinidad estratégica y el análisis objetivo y crítico de la situación de las posibilidades electorales en cada distrito, municipio y entidad federativa. Si bien no hay una figura nacional en el campo opositor contrastable hoy con el Ejecutivo Federal, sí cabe presentar a las personas que en esas demarcaciones electorales pueden lograr la confianza mayoritaria de las y los ciudadanos.
Reflexionar, decidir y actuar con base en una narrativa renovada que exige responsabilidades y asume un compromiso esperanzador, pero con el pensamiento en quienes deben ser los protagonistas de ese mensaje.