García Harfuch y su estrategia de Seguridad Nacional: ¿Modelo replicable o narrativa construida?
Por Enrique Diez Piñeyro Vargas
Pocas figuras en la política mexicana actual han logrado construir una imagen tan sólida y mediática como Omar García Harfuch. Su nombre se asocia con mano firme, inteligencia táctica y, para muchos, resultados visibles en materia de seguridad.
Recordemos que este servidor público es heredero de una trayectoria política – militar – policial, proveniente de su abuelo, el Gral. Marcelino García Barragán, Secretario de la Defensa Nacional en el sexenio 1964 – 1970, así como de su padre, Javier García Paniagua, quien desempeño varios cargos relevantes en la política mexicana en las décadas de los 70´s y 80´s, entre los que destaca ocupar la jefatura de la extinta Dirección Federal de Seguridad.
La gestión de García Harfuch al frente de la Secretaría de Seguridad Ciudadana en la Ciudad de México dejó una huella significativa, tanto por sus resultados como por el debate que desató. A los ojos del ciudadano común, su estilo vino a representar una mezcla singular de técnica y política, de autoridad y carisma, de tragedia y resiliencia.
El atentado en su contra aquel 26 de junio de 2020, perpetrado por uno de los grupos criminales más violentos del país, no solo lo puso en la mira nacional, sino que lo convirtió, para muchos, en símbolo de lucha directa contra el crimen organizado. Hoy, en su figura recae la parte medular de la estrategia de seguridad nacional.
Pero ¿qué tan viable es llevar su modelo a todo el país? ¿Y hasta qué punto los resultados presentados reflejan la realidad? El modelo implementado por García Harfuch se caracterizó por una combinación de inteligencia policial, tecnología, fortalecimiento operativo y coordinación interinstitucional.
Bajo su mando, la Ciudad de México priorizó operativos dirigidos contra células delictivas específicas, desarticulando bandas de alto perfil y atacando estructuras financieras del crimen organizado. Una de sus principales apuestas fue la depuración interna de la corporación, promoviendo controles de confianza y renovando mandos estratégicos. Asimismo, impulsó el uso de herramientas tecnológicas como cámaras de video vigilancia y análisis de datos en tiempo real para la toma de decisiones tácticas.
Si nos basamos en los informes oficiales, estos indicaron una disminución considerable en delitos de alto impacto: homicidio doloso, secuestro y robo con violencia, entre otros. Sin embargo, los datos contrastan con una percepción ciudadana que no siempre coincidió con las cifras. De acuerdo con encuestas de percepción del INEGI y otras mediciones independientes, si bien algunos ciudadanos notaron mejoras, otros continuaron sintiéndose inseguros, especialmente en zonas periféricas y con alta marginación.
El éxito mediático del modelo, reforzado por su constante presencia en medios y conferencias, contribuyó a fortalecer una narrativa de eficacia. Pero también abrió la puerta a dudas sobre la profundidad del cambio: ¿mejoró la seguridad o mejoró la forma de contarla?
Replicar el modelo de Omar García Harfuch a nivel nacional supone desafíos estructurales. México es un país con realidades profundamente diversas. Lo que funcionó en la capital con recursos, infraestructura y presencia federal constante, podría enfrentar resistencia en entidades con menor capacidad institucional o mayor penetración del crimen organizado.
Además, su estrategia requiere cuerpos policiales profesionales, tecnologías de vigilancia, coordinación entre los tres niveles de gobierno y, sobre todo, voluntad política. La fragmentación del sistema de seguridad en estados y municipios representa un gran obstáculo para la homologación del modelo.
Actualmente, uno de los puntos más polémicos en torno a García Harfuch ha sido la veracidad de las cifras. Si bien es cierto que los indicadores delictivos oficiales muestran mejoras, expertos en seguridad advierten que muchas veces las metodologías de registro, la “cifra negra” (delitos no denunciados) y la reclasificación de delitos, pueden generar un espejismo estadístico.
De igual forma, se ha señalado que una estrategia de comunicación efectiva puede influir más en la percepción ciudadana que los cambios reales en el entorno. En ese sentido, cabe preguntarse si este modelo se construye sobre resultados sólidos o sobre una narrativa políticamente rentable.
Considero que este modelo debe ser analizado más allá de los titulares. Si bien es cierto que sus logros obtenidos en la Ciudad de México fueron importantes, su eficacia y sustento real a nivel nacional aún están por probarse. Lo que está en juego no es solo una estrategia, sino la credibilidad de las instituciones y la esperanza de millones de ciudadanos que exigen seguridad real, no solo cifras alentadoras.
“La percepción es más fuerte que la realidad. Si alguien percibe algo como real, entonces es real en sus consecuencias.”
– Thomas Chamorro-Premuzic –