EL PODER NO SE COMPARTE
Por Enrique Diez Piñeyro Vargas
En el escenario político actual, el partido gobernante enfrenta una de las crisis más severas desde su fundación. Los ideales que en su momento enarbolaron las banderas de la honestidad y la transformación hoy se ven opacados por los escándalos de corrupción que golpean directamente al corazón del Movimiento de Regeneración Nacional.
Cada día, los medios de comunicación revelan nuevos nombres, nuevas historias y nuevas redes de complicidad que alcanzan a los más altos niveles del poder. Lo que en su momento fue una bandera moral para señalar los excesos del pasado, hoy se ha convertido en un espejo incómodo para quienes juraron ser diferentes.
El llamado “huachicol fiscal” apenas asoma la punta del iceberg. Lo que se sabe hasta ahora sugiere un entramado de corrupción que involucra a funcionarios, empresarios y figuras políticas de primer orden. Entre los nombres que encabezan, destacan el del ex secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, y el del ex secretario de Marina, Almirante José Rafael Ojeda Durán, así como también, el de Andy López Beltrán, por mencionar algunos. Todo apunta a que este es el desfalco a la nación más alarmante de la historia contemporánea en nuestro país.
El punto que no puede pasar inadvertido: todas estas revelaciones no son producto del periodismo de investigación aislado, sino de filtraciones que surgen desde el propio gobierno federal. Y eso cambia todo el panorama. Detrás de cada nota, de cada expediente que se hace público, hay una clara decisión política. Una señal inequívoca de que la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo ha decidido limpiar la casa.
El poder no se comparte. Esa es una máxima política tan antigua como vigente, y la presidenta lo sabe bien. Con un estilo sobrio, cuidadoso en las formas, Sheinbaum ha sabido rendir respeto a quien fue su mentor político, el expresidente Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, en los hechos, su gobierno comienza a marcar distancia de esa nomenclatura morenista que se creyó intocable. Aquellos que confundieron lealtad con impunidad, y respaldo con obediencia ciega, hoy descubren que el nuevo liderazgo no está dispuesto a cargar con los pecados ajenos.
Ojalá esta depuración no quede a medias, y su ejemplo alcance a los tres niveles de gobierno. México necesita que las acciones asumidas por el gobierno de la presidenta en contra de miembros de su propio movimiento político se lea como un mensaje claro: el servicio público es un compromiso ético, no un privilegio para enriquecerse a costa del pueblo.
La corrupción no tiene colores ni siglas, y a lo largo de los años hemos visto cómo distintos gobiernos, de todos los partidos, han terminado manchados por los mismos vicios que prometieron erradicar. Funcionarios que hicieron del cargo un negocio, gobernantes que confundieron el poder con propiedad, y administraciones que usaron el discurso del cambio como escudo para proteger viejas prácticas.
Hoy, cuando las evidencias alcanzan incluso a quienes se presentaban como los redentores de la política nacional, el país exige un punto de inflexión real.
La depuración que impulsa la presidenta Sheinbaum puede y debe convertirse en un parteaguas que marque el fin de la impunidad como norma y el inicio de una nueva ética de servicio público. Este es el deseo de quienes amamos a nuestra patria.
En medio de esta coyuntura política, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo también ha mostrado una faceta distinta del ejercicio del poder: la cercanía y la responsabilidad frente a la tragedia. Mientras el país enfrenta los estragos de las recientes lluvias y las devastadoras inundaciones que han cobrado vidas y provocado incontables daños materiales, la mandataria ha decidido dar la cara y acudir personalmente a las regiones afectadas.
Sin poses, sin excusas y sin intermediarios, ha encabezado la coordinación directa con autoridades locales, demostrando que el liderazgo no solo se ejerce desde el despacho presidencial, sino con la presencia y la acción. Esa forma de gobernar frontal, empática y solidaria contrasta con los tiempos en que el poder se refugiaba en el escritorio y las tragedias se atendían a distancia. Hoy, la presidenta envía un mensaje de unidad y corresponsabilidad institucional, dejando claro que, ante la adversidad, la política debe servir para reconstruir y no para dividir.
El país observa, expectante, cómo esta nueva etapa puede representar el golpe de autoridad moral que la sociedad mexicana llevaba años esperando. No se trata de venganza política, sino de coherencia institucional. Hemos insistido en que el verdadero cambio que tanto anhelamos no se mide en discursos, sino en decisiones que devuelvan confianza y credibilidad al poder público.
En nuestra próxima colaboración abordaremos un tema que también refleja esa distancia entre el discurso y la realidad: los abusos de las corporaciones de tránsito en Ciudad Victoria, tanto estatal como municipal. Una práctica que, bajo el pretexto de operativos anti alcohol permanentes, se ha convertido en un verdadero mecanismo recaudatorio que lastima y ofende a la ciudadanía. De ello hablaremos a fondo, con datos y testimonios, porque el abuso de poder —venga de donde venga— siempre debe ser señalado.
“El silencio es el arma suprema del poder.”
– Charles de Gaulle –