#Opinión || LA HERENCIA DE LA INCONGRUENCIA
Por Enrique Diez Piñeyro Vargas
La historia, cuando no se entiende, se repite. Lo que hoy acontece en Tabasco con el escándalo que envuelve a Adán Augusto López Hernández, exgobernador, exsecretario de Gobernación y figura prominente de Morena, y su exsecretario de Seguridad Pública, Hernán Bermúdez Requena, no es más que un eco perturbador y revelador de los excesos del pasado que el partido Morena juró no reeditar.
En el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa (2006–2012), la estrategia de seguridad se sintetizó en una fallida guerra frontal contra el crimen organizado. Bajo la conducción de su secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, se implementaron operativos militares indiscriminados y se erigió un aparato de inteligencia que, a la postre, se demostró coludido con el propio narcotráfico. García Luna hoy cumple sentencia en Estados Unidos por conspiración y nexos con el cártel de Sinaloa, manchando para siempre la legitimidad del calderonismo.
Para el Movimiento de Regeneración Nacional, aquel caso fue bandera y plataforma: lo esgrimieron como prueba de la podredumbre de los gobiernos de Acción Nacional, de la hipocresía de las élites políticas, de la supuesta superioridad moral de sus causas y su lucha social.
Pero la historia no perdona ni olvida. Hoy, en Tabasco, el estado natal del expresidente López Obrador, surge el caso de Hernán Bermúdez Requena, titular de la seguridad pública bajo el gobierno de Adán Augusto. Acusaciones serias —con una orden de aprehensión y una ficha roja de Interpol — por presuntos vínculos con el crimen organizado y corrupción empañan su gestión y, por extensión, la del propio Adán Augusto. Los paralelismos con García Luna son tan evidentes como incómodos.
En este contexto, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo enfrenta su primera gran crisis narrativa como Jefa del Estado Mexicano. En días recientes, sus declaraciones para defender al gobierno tras los dichos de Jeffrey Lichtman, abogado defensor de Ovidio Guzmán, resultaron innecesarias y precipitadas. Lichtman, en el marco del proceso judicial contra su cliente en Estados Unidos, aseveró complicidad del gobierno mexicano con ciertas facciones del narcotráfico; la respuesta de Sheinbaum, lejos de ser prudente, la arrastró a una disputa que no le correspondía.
Un Jefe de Estado no polemiza con abogados defensores en un tribunal extranjero. La recomendación, en aras de su investidura y de la estabilidad institucional, es clara: permita que los funcionarios competentes y los canales diplomáticos atiendan estos temas. Ella debe mantenerse por encima de la coyuntura inmediata y afianzar su liderazgo desde la serenidad y la autoridad moral.
En una colaboración editorial previa señalamos que la presidenta tiene ante sí la oportunidad histórica de marcar un golpe de autoridad sobre la mesa: rompiendo con las inercias obradoristas y sacudirse el lastre que amenaza con hundir su administración en las mismas sombras que criticaron por años.
Entendemos que la estrategia de seguridad actual, en esencia, pretende no convertirse en la prolongación de un modelo que en los hechos normalizó un vínculo con el crimen organizado, privilegió la pasividad disfrazada de “abrazos” y debilitó la capacidad del Estado para hacer valer la autoridad ante quienes infligen la ley.
No es tarde para rectificar por parte de la presidenta si se toma con determinación: el desmarcarse del pasado reciente, reorganizar el gabinete, colocar perfiles probos y técnicos en las áreas estratégicas y reforzar la figura presidencial con visión de estadista frente a las embestidas por parte de Washington.
La congruencia política y ética es el mayor capital de cualquier administración. Así como Morena condenó con justa razón los excesos del calderonismo y la traición de García Luna, ahora debe asumir su responsabilidad frente a los señalamientos que pesan sobre Hernán Bermúdez Requena y muchos otros políticos vinculados con el crimen organizado.
Los ciudadanos merecen un gobierno que no repita los vicios del pasado y una presidenta que conciba que la investidura no se rebaja a litigios verbales con abogados de delincuentes, sino que encarna la dignidad del Estado frente a todos los desafíos, internos y externos.
En conclusión, debemos de resaltar que las circunstancias le exigen a la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, hoy más que nunca, recordar que el liderazgo no se proclama: se ejerce con firmeza, mesura y visión.
«Si quieres prever el futuro, estudia el pasado.»
– Confucio –