#Opinión || “JESÚS REYES HEROLES: EL ESTADISTA QUE LA POLÍTICA MERECE”
Por Enrique Diez Piñeyro Vargas
Hace algunas semanas dedicamos este espacio a honrar la vida del expresidente uruguayo José Mujica, referente moral de nuestra América Latina. Lo hicimos con justicia y respeto, destacando su congruencia, su humildad y su profundo amor por la libertad. Hoy, viramos la mirada hacia México. Hacia una figura menos recordada por las nuevas generaciones, pero fundamental para comprender la evolución política del país: Jesús Reyes Heroles.
Su legado, muchas veces subestimado o reducido a frases célebres de coyuntura, nos obliga a ir más allá del anecdotario. Originario de Tuxpan de Rodríguez Cano, Veracruz, Reyes Heroles no fue un político tradicional, ni un tecnócrata de escritorio. Fue, ante todo, un pensador de Estado, un constructor institucional, y uno de los pocos hombres públicos que entendió la política como ciencia y como arte.
En tiempos en que la política parece atrapada en el ruido, la descalificación y la banalidad, evocar a Reyes Heroles es como abrir una ventana en una habitación cerrada. Él no hablaba con disonancia, sino con contenido. No respondía a ocurrencias, sino a diagnósticos. Y si algo lo definía, era su obsesión por dotar a la política de pensamiento, profundidad y propósito. Entendía, como pocos, que gobernar no es solo administrar, sino transformar sin fracturar. Que la legitimidad no basta con ganar, sino que se construye con razón, diálogo y apertura.
Fue precisamente esa visión la que lo llevó a impulsar, en 1977, una de las reformas más trascendentes de la historia política del país. Desde la Secretaría de Gobernación —y con la voluntad presidencial de José López Portillo— diseñó una apertura democrática cuando todo invitaba al endurecimiento.
Tras años de exclusión de las fuerzas opositoras, con una izquierda acorralada por la represión y un sistema político que giraba en torno a una hegemonía incuestionada, su apuesta fue contraria a los impulsos de poder absoluto. La legalización de partidos proscritos, el acceso proporcional al Congreso y la integración del pluralismo en las reglas del juego electoral fueron el resultado de esa visión. No se trató de una concesión generosa, sino de una decisión estratégica e histórica: abrir el sistema para evitar su colapso.
Pocos entienden hoy la magnitud de esa reforma. Aquello que hoy llamamos alternancia, representación, derechos de las minorías o pluralismo institucional, tiene en Reyes Heroles uno de sus arquitectos fundacionales. No solo supo mirar más allá de la coyuntura: supo prevenir al sistema de sí mismo.
Pero no fue su único mérito. Su vida entera fue una lección de equilibrio entre poder y razón. Reyes Heroles no necesitó ser presidente para estar muy por encima de muchos que sí lo fueron. Nunca lo fue, porque una disposición constitucional —el haber nacido de padre extranjero— se lo impedía. Y, sin embargo, en el imaginario de quienes saben leer la historia, es uno de los presidentes morales de este país.
No necesitó un cargo para ser referente. Desde su contribución académica en la UNAM, su paso legislativo por el Congreso de la Unión, su administración en Pemex, la dirección del partido político en el que creyó y reformó, la transformación del Instituto Mexicano del Seguro Social, su conducción estratégica desde Bucareli, hasta los últimos días de su vida encabezando la Secretaría de Educación Pública, dejó huella en cada espacio, no por protagonismo, sino por profundidad. No por ambición, sino por inteligencia. No por cálculo, sino por convicción.
Y quizás por eso su legado incomoda a muchos. Porque encarna una política seria, con memoria, con principios, con argumentos. Sobre todo hoy, cuando la política parece secuestrada por la narrativa vacía, la polarización sistemática, el desprecio por la técnica y el desdén por el conocimiento, la figura de Reyes Heroles se vuelve urgente. Urgente no para volver al pasado, sino para recordar que la política puede ser un acto de construcción, no de demolición. Que se puede disentir con respeto. Que se puede transformar sin arrasar. Que la forma importa, porque la forma es fondo.
En un contexto saturado de improvisación, estridencia y agendas personales, urge regresar a la reflexión, al pensamiento estratégico y a una visión auténtica de Estado. Más que operadores políticos, el país necesita perfiles capaces de combinar legitimidad, inteligencia institucional y vocación de servicio. Reyes Heroles encarnó ese ideal: fue un estadista en toda la extensión del término.
No lo evocamos por nostalgia. Lo reivindicamos como símbolo. Como un ejemplo. Como punto de referencia para una clase política extraviada en el cortoplacismo. No tuvo millones de seguidores en redes, ni hizo de su figura un culto. Pero tenía algo más difícil de conseguir: autoridad moral, claridad intelectual y compromiso institucional.
En tiempos como los actuales, la política no necesita más ruido ni más consignas, sino pensamiento, responsabilidad y capacidad de construcción. El poder, entendido en su sentido más noble, no es un fin, sino un instrumento para fortalecer instituciones, integrar el disenso y responder con inteligencia a los desafíos del país. No se gobierna desde el eslogan, sino desde la razón; no se lidera desde el impulso, sino desde la visión de Estado.
Jesús Reyes Heroles no fue perfecto, pero fue íntegro. Fue hombre con pensamiento profundo, ética pública y compromiso institucional. Su legado debe prevalecer en la memoria activa de un país que no puede avanzar sin referentes claros. Porque sin memoria, no hay rumbo. Sin ideas, no hay futuro. Y sin figuras como Reyes Heroles, la política corre el riesgo de extraviar aquello que le da sentido: servir con inteligencia, responsabilidad y altura.
“Quien no vive para servir, no sirve para vivir.”
– Jesús Reyes Heroles –