JOSÉ MUJICA
¡QUE LA TIERRA TE SEA LEVE, VIEJO SABIO!
Por Enrique Diez Piñeyro Vargas
Fue el martes 13 de mayo, el día que el mundo despidió a José «Pepe» Mujica, expresidente de Uruguay, quien falleció a los 89 años tras una larga batalla contra el cáncer de esófago. Su muerte no es solo una noticia: es una herida abierta en el corazón de América Latina. Pepe Mujica no fue un político más. Fue un símbolo viviente de coherencia, un referente moral en un tiempo donde la política está divorciada de la ética. El mundo perdió a un sabio. Uruguay perdió a su viejo sabio.
Nacido el 20 de mayo de 1935 en Montevideo, Mujica fue hijo de una familia de clase media con raíces vascas e italianas. Desde joven mostró inclinación por la política y la justicia social, militando inicialmente en el Partido Nacional. Sin embargo, su destino cambió al integrarse al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, una guerrilla urbana que luchó contra las injusticias del Estado uruguayo a finales de la década de los 60’s. Mujica no eligió el camino fácil, eligió el papel del guerrillero, de la rebeldía, cuando todo a su alrededor pedía silencio.
Esa lucha lo llevó a pagar un precio altísimo: fue baleado seis veces y pasó casi 15 años en prisión, escapando de su cautiverio en dos ocasiones, ocasionando que 11 años fuesen en condiciones inhumanas, confinado y aislado, al borde de la locura. Fue, como él mismo lo dijo, un «rehén» del poder militar durante la dictadura. Sin embargo, al salir de la cárcel tras el retorno de la democracia en 1985, no buscó la venganza, renunció a la violencia y abrazó la vía democrática. Ese giro no fue debilidad, fue grandeza.
Fundó el Movimiento de Participación Popular dentro del Frente Amplio, y con una oratoria llana pero efectiva, fue ganando terreno político: diputado en 1994, senador en 1999 y ministro de Ganadería en el gobierno de Tabaré Vázquez. En 2010, José Mujica asume la presidencia de Uruguay.
Su estilo no cambió y se negó a mudarse a la residencia oficial, optó por seguir en su modesta chacra a las afueras de Montevideo, manejando su viejo Volkswagen Sedan Vocho color azul celeste y donando casi el 90% de su salario presidencial. Mujica predicó con el ejemplo en un continente donde el discurso muchas veces se contradice con el estilo de vida de quienes gobiernan.
Y es aquí donde la comparación duele. Mientras Mujica cultivaba flores y repartía su salario, otros mandatarios, en nombre de la «austeridad» acumulan privilegios, viven en palacios, militarizan a sus guardaespaldas y maquillan la pobreza con propaganda. Hablan de honestidad mientras viajan en vehículos blindados y prometen sobriedad mientras sus familias se enriquecen. La diferencia entre el decir y el hacer nunca fue tan evidente. Mujica encarnó la coherencia, muchos otros solo la pronuncian para el aplauso fácil.
Durante su mandato impulsó leyes progresistas que pusieron a Uruguay en la mira del mundo: legalizó el aborto, el matrimonio igualitario y la marihuana. Pero sobre todo, gobernó con cercanía, con autenticidad y con una filosofía de vida que impactó tanto como sus reformas.
Mujica no necesitaba escenografía para conmover. Su discurso ante la cumbre de UNASUR en 2014, donde criticó al consumismo global, hablándole de frente a la juventud y defendiendo una vida sobria y sustentable, sigue siendo citado como una de las piezas más honestas jamás pronunciadas por un jefe de Estado. Había en su voz una ternura radical y cada palabra removía conciencias.
Comparto esta joya de discurso pronunciado por este gran hombre.
Siempre es grato recordar sus frases como: «Triunfar en la vida no es ganar. Triunfar en la vida es levantarse y volver a empezar cada vez que uno cae», solía decir. Otra de sus frases inmortales: «No soy adicto a vivir mirando para atrás, porque la vida siempre es porvenir y todos los días amanece». Mujica hablaba como quien ha conocido el dolor, pero también como quien ha aprendido a amar la vida pese a todo. Nunca fue un político de poses: fue alguien que entendía la fragilidad y la fuerza del alma humana.
Fue un hombre contradictorio y coherente. Guerrillero y presidente. Preso político y estadista. Su legado no está solo en las leyes que impulsó, sino en la manera en que vivió: con sobriedad, con ternura, con sentido común. En tiempos de políticos ostentosos y entregados a intereses turbios de quienes los colocan en el poder, Mujica fue la excepción que desafió la regla. Su vida fue una carta de amor a la decencia, una lección de ética con los pies en la tierra.
La noticia de su muerte provocó reacciones a nivel internacional. Líderes como Claudia Sheinbaum, Pedro Sánchez y Gustavo Petro recordaron su integridad y compromiso social. Uruguay decretó tres días de duelo nacional. Pero el verdadero homenaje está en el corazón de la gente común que vio en él una esperanza: la de que es posible hacer política con valores reales.
José Mujica se ha ido. Pero su ejemplo queda. Su memoria será ejemplo para quienes aún creen que el poder es un medio, no un fin; que la política puede ser servicio, no privilegio. Y en una época donde el cinismo y el egoísmo ganan terreno, recordar su vida es también un acto de resistencia.
Así fue José Mujica: el guerrillero que gobernó con el corazón y vivió con humildad. Porque si algo nos deja como una enseñanza: es que la coherencia no es una utopía, sino una forma de estar en el mundo.
“Imposible cuesta un poco más y derrotados son solo aquellos que bajan los brazos y se entregan. La vida te puede dar mil tropezones en todos los órdenes: en el amor, en el trabajo, en la aventura de lo que estás pensando, en los sueños que piensas concretar. Pero una y mil veces estas hecho con fuerza para volverte a levantar y volver a empezar, porque lo importante es el camino”.
– José Mujica –