MEMORIA VIVA, QUINCE AÑOS DESPUÉS Por Enrique Diez Piñeyro Vargas
Han pasado quince años desde aquel lunes que cambió para siempre la historia reciente de Tamaulipas. Un lunes inesperado, doloroso, que muchos seguimos sin poder comprender del todo. El 28 de junio de 2010, la violencia nos arrebató a Rodolfo Torre Cantú, a Enrique Blackmore Smer y a dos valientes integrantes de su equipo de seguridad. Fue un golpe que no solo marcó un antes y un después en la política estatal, sino que dejó una huella profunda en el corazón de muchas personas.
Más allá de los cargos que ocuparon, hoy quiero hablar de los hombres, de las personas que conocí y con quienes compartí momentos de trabajo, compromiso y afecto.
A Rodolfo lo traté de cerca durante su tiempo al frente de la Secretaría de Salud. Desde el Instituto Tamaulipeco de la Juventud nos tocó, en más de una ocasión, acudir a su oficina para gestionar apoyos o resolver necesidades. Siempre encontramos las puertas abiertas. Siempre salimos con respuestas claras y soluciones reales. Era un servidor público con sensibilidad, con sentido humano, que entendía que ayudar no debía depender de jerarquías ni de protagonismos.
Con el tocayo Enrique me unió una relación de amistad sincera. Compartimos muchas jornadas de trabajo político, especialmente durante su etapa como dirigente del PRI en Ciudad Victoria, en los años de la campaña de Eugenio Hernández Flores rumbo a la alcaldía capitalina. Enrique fue un hombre comprometido, generoso, inteligente, pero sobre todo leal. Atendiendo su invitación, participamos en la campaña del doctor Torre Cantú rumbo a la gubernatura del estado. Lo recuerdo con gratitud, pero también con un profundo cariño.
Y es que Rodolfo y Enrique no fueron solo funcionarios. Fueron padres, esposos, hijos, hermanos. Detrás de cada fotografía oficial había una familia, un hogar, personas que amaban y que hoy siguen viviendo con el peso de una ausencia irremplazable.
Aquel lunes 28 de junio de 2010 se sintió distinto en Ciudad Victoria. La ciudad fue tomada por un silencio tenso, lleno de incertidumbre. Las patrullas iban y venían, los teléfonos no dejaban de sonar, y las versiones eran muchas, todas confusas. Recuerdo las llamadas por Nextel, las mil preguntas sin respuesta, la espera frente a la televisión. Hasta que llegó la confirmación que no queríamos escuchar. El golpe fue seco, profundo. Nos cambió a todos.
Quince años después, la herida sigue abierta. No por rencor, sino porque hay dolores que no se superan, que se transforman en memoria. Y esa memoria debe tener un propósito: evitar que algo así vuelva a repetirse. Defender la política como un espacio de diálogo, no de violencia. Rechazar la normalización del miedo. Honrar con hechos y con verdad a quienes ya no están.
A las familias de Rodolfo y de Enrique, quiero expresarles mi respeto, mi solidaridad y mi cariño sincero. El paso del tiempo no borra el afecto ni el agradecimiento. Su ausencia duele, pero su recuerdo sigue guiando. Que sepan que muchos seguimos aquí, con la firme convicción de que sus vidas merecen ser contadas, valoradas y recordadas.
Porque recordar no es quedarse en el pasado, es honrar lo vivido, es darle sentido a la ausencia, y caminar con gratitud por lo que dejaron en nosotros. Porque el recuerdo sincero también es cariño, también es justicia. Y porque el 28 de junio de 2010 no debe repetirse jamás.
“Nada muere mientras se le recuerde.”
– Mario Benedetti –