“Antítesis”
¿Quién decide qué está bien y qué está mal?
Por Mario Flores Pedraza
En un mundo cada vez más interconectado, no deja de sorprender cómo cambian las normas de lo correcto y lo incorrecto según el país, la cultura o incluso la época. Lo que en una sociedad es motivo de orgullo, en otra puede ser condenado como un acto reprobable. Estas diferencias no son simplemente anécdotas culturales; revelan una realidad más profunda: las ideas morales están ligadas a las estructuras sociales y políticas que las sostienen.
Tomemos como ejemplo temas tan fundamentales como el matrimonio, la educación sexual, el uso de sustancias, el castigo penal o el derecho a morir dignamente. En algunas naciones, estas cuestiones están reguladas con criterios progresistas que valoran la libertad individual; en otras, se prohíben con base en fundamentos religiosos o tradiciones milenarias. Y en ambos casos, quienes promueven estas leyes creen estar defendiendo lo “bueno” y luchando contra lo “malo”.
Pero ¿de dónde surge esa convicción moral? No es una verdad eterna revelada, sino más bien un acuerdo —explícito o implícito— entre grupos de poder, instituciones y comunidades. La política moderna no solo distribuye recursos y organiza gobiernos: también establece las normas del bien vivir. Las leyes, los derechos y las sanciones son los medios por los cuales una sociedad decide qué conductas premiar y cuáles castigar. Y como los gobiernos cambian, también cambian esas decisiones.
Esto no significa que todo valga lo mismo ni que debamos caer en el cinismo. Significa, más bien, que la moral no está escrita en piedra. Es una construcción que responde al contexto social, a los intereses predominantes y al equilibrio de fuerzas en cada momento histórico. Por eso, lo que ayer se consideraba un delito, hoy puede verse como un derecho. Y lo que hoy defendemos con pasión, mañana podría ser revisado con sospecha.
Vivimos en una época donde la convivencia entre distintas culturas, religiones y formas de vida nos obliga a hacernos una pregunta incómoda: ¿quién tiene la autoridad última para decir qué está bien y qué está mal? Mientras la respuesta dependa de estructuras sociales cambiantes, conviene recordar que la moral, como la política, también se vota, se discute y se transforma. Y quizá esa conciencia sea el primer paso hacia una convivencia más justa y respetuosa.