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La memoria que trasciende al poder
Por Enrique Diez Piñeyro Vargas
La muerte, siempre implacable, se lleva consigo vidas y silencios, pero también nos obliga a mirar hacia atrás para medir lo que cada persona deja en su paso por este mundo. En días recientes, dos figuras públicas, provenientes de escenarios distintos entre sí, dejaron este plano terrenal. Nos referimos al C.P. Óscar Almaraz Smer, tamaulipeco de corazón cercano, y al Ing. Mauricio Fernández Garza, regiomontano de temple férreo y espíritu cultural.
La coincidencia de su partida abre la oportunidad de reflexionar sobre lo que significa trascender en la vida pública. Porque si bien muchos ocupan cargos, muy pocos consiguen dejar un legado. Y en Almaraz y en Fernández Garza, aunque desde estilos opuestos, encontramos la prueba de que la política puede ser también un espacio de memoria, de cercanía y de permanencia.
Hijo de Ciudad Victoria, Óscar Almaraz Smer supo desde joven que su destino estaba ligado al servicio público. Su carrera política lo llevó a desempeñarse como diputado local, diputado federal y, con especial huella, como presidente municipal de la capital tamaulipeca. No fue un político de discurso distante ni de retórica inalcanzable. Fue, más bien, un hombre que entendía que la política debía respirarse en la calle, en los mercados, en los parques, en el saludo sencillo y en el apretón de manos.
Su estilo lo distinguió como alguien accesible, siempre dispuesto a escuchar. Quizá esa sea la mayor herencia que deja en Ciudad Victoria: la imagen de un servidor público que se sabía parte de la comunidad y que concebía la autoridad como un deber, no como un privilegio. Durante su administración municipal, Óscar le regresó a la capital esa imagen que la caracterizaba como “la ciudad limpia y ciudad amable”, un lugar de encuentro, cercanía y orgullo para sus habitantes. Hoy, lamentablemente, esa estampa está a años luz de parecerlo, y el contraste con su legado resulta aún más evidente.
Su paso como legislador, operador político de excelencia y profesionalismo, así como los diversos cargos desempeñados en la administración pública confirmaron su vocación. Defendió las causas de su tierra con claridad, sin desentonos, con el mismo sello humano que lo caracterizó. Y si algo quedará en la memoria de su pueblo, será precisamente esa capacidad de combinar la formalidad del cargo con la calidez del trato personal.
En lo privado, su vida giraba en torno a su familia. Su esposa Tony, y sus hijos María José y Óscar, fueron no solo compañía, sino motor y orgullo. Hoy, en ellos y en la comunidad victorense que lo vio crecer, sobrevive la memoria del hombre sencillo que supo transformar el ejercicio público en un acto de cercanía.
Mauricio Fernández Garza – mejor conocido con el Tío Mau – pertenece a otra estirpe política: la de los personajes firmes, polémicos, extravagantes, a veces incomprendidos, pero siempre influyentes. Empresario y filántropo, encontró en la política un espacio donde desplegar su carácter decidido. Cuatro veces alcalde de San Pedro Garza García, senador de la República y candidato a la gubernatura de Nuevo León, su nombre quedó asociado a un estilo de gobierno que no dejaba indiferente a nadie.
En materia de seguridad, ejerció una “mano dura” que generó debate, pero que también definió una época. Enfrentó con temple los problemas de su municipio, consciente de que la comodidad política no siempre coincide con el deber de gobernar. Esa firmeza le ganó críticas y elogios, pero sobre todo, lo convirtió en un referente obligado en la política del vecino estado. Sus aportaciones coadyuvaron para que San Pedro Garza García sea uno de los municipios más ricos, seguros y con mayor calidad de vida de México y América Latina.
Sin embargo, la dimensión de Fernández Garza trasciende lo político. Su faceta como coleccionista, escritor e impulsor de espacios de expresión lo coloca como un verdadero precursor de la vida cultural de Nuevo León. Apostó por proyectos artísticos, respaldó iniciativas y sembró en su tierra un legado que va más allá de la administración pública: la certeza de que el arte y la cultura son pilares de identidad y memoria.
En lo personal, cargó con la tragedia de perder a uno de sus siete hijos en un desafortunado accidente aéreo, un dolor que marcó su existencia y que mostró la faceta vulnerable del hombre detrás del político. Su resiliencia, la capacidad de levantarse ante la adversidad, lo acompañó siempre como un recordatorio de que incluso quienes parecen invulnerables guardan profundas cicatrices. En sus últimos años de su vida, se aferró a librar una batalla contra un agresivo cáncer localizado en la membrana pulmonar.
Dos hombres, dos trayectorias, dos estilos. En Óscar, la sencillez y la cercanía. En Mauricio, la firmeza y la trascendencia cultural. Uno desde la calidez del trato humano; otro desde la determinación y la visión de largo plazo. Ambos, sin embargo, comparten algo esencial: la certeza de haber dejado huella.
En la historia política abundan nombres que se desvanecen con rapidez, funcionarios que pasan sin pena ni gloria por cargos que parecían grandes, pero que jamás se impregnaron de legado. Almaraz y Fernández Garza nos recuerdan lo contrario: que la verdadera trascendencia no se mide en el número de posiciones ocupadas, sino en la memoria que perdura en la gente y en la tierra que se sirvió.
La política es efímera, el poder es transitorio, los cargos se extinguen con el paso de los años. Lo único que permanece es la huella que se deja. La partida de Óscar y Mauricio nos enseña que la historia no la escriben los puestos ni los informes, sino la memoria colectiva que se construye con actos, con decisiones y con humanidad.
A quienes hoy ostentan responsabilidades públicas, la lección es clara: no basta con administrar, hay que trascender. No basta con ocupar un cargo, hay que dejar un legado. Porque al final, la grandeza no reside en la investidura, sino en la capacidad de convertir la vida pública en un testimonio de servicio.
Hoy, en el recuerdo de sus familias y en la memoria de sus pueblos, Óscar Almaraz Smer y Mauricio Fernández Garza permanecen vivos. Porque más allá del cargo y del poder, lo que sobrevive es lo sembrado en la gente, y esa es la verdadera forma de permanecer para siempre.
“La inmortalidad no está en vivir para siempre, sino en dejar algo que perdure después de ti.”
– Ralph Waldo Emerson –