“Antítesis”
Cleptocracia
Por Mario Flores Pedraza
Me levanto cada mañana con la misma ilusión con la que se despierta un cajero automático: esperando que alguien me exprima. Pago impuestos con la misma devoción con la que otros hacen peregrinaciones. Porque claro, en esta hermosa cleptocracia global en la que vivimos, ser ciudadano es un acto de fe. Fe en que tus gobernantes te van a robar… con elegancia.
Vivo en una democracia, o eso dice la caja de cereal. Pero bajo el celofán brillante de la representación popular, lo que tenemos es un sistema magistralmente orquestado donde los ladrones no se esconden en callejones, sino que dan conferencias de prensa. Aquí, el arte del hurto se estudia en universidades, se ejerce en parlamentos, y se premia con reelecciones.
Porque seamos sinceros: los gobiernos del mundo ya no gobiernan. Administran botines. Se reparten contratos como quien reparte pizza en una fiesta —calientes, rápidos y para los mismos siempre. En mi país, y sospecho que también en el tuyo, la política no es el arte de lo posible, sino el arte de lo robable.
Dicen que el poder corrompe, pero aquí corrompe antes de que tengas el poder. La carrera política comienza con una promesa: “Haré lo mismo que los otros, pero con discursos más bonitos”. Y uno, ingenuo, vota esperando justicia, y recibe en su lugar un aeropuerto inconcluso y un hospital sin médicos.
Y es que la cleptocracia no discrimina: se disfraza de izquierda para robar con causa, y de derecha para robar con eficiencia. En Europa se roban con protocolo, en América Latina con pasión, en África con descaro, en Asia con estrategia. Es un ballet global de saqueo sincronizado.
Recuerdo cuando era más joven y creía en la república. Hoy solo creo en los paraísos fiscales. Esos sí funcionan. Funcionan tan bien que la mitad del gabinete de mi país tiene una sucursal en las Islas Vírgenes. Me pregunto si allá también votan por ellos.
Pero no todo es pesimismo. Hay una esperanza: algún día, los ciudadanos nos daremos cuenta de que nos gobiernan los herederos espirituales de Alí Babá. Y quizás entonces, en vez de votar por el ladrón más simpático, empecemos a exigir menos circo y más cárcel.
Hasta entonces, seguiré pagando mis impuestos con una sonrisa sarcástica, celebrando el nuevo escándalo de corrupción como quien ve un capítulo más de su serie favorita. Porque al final del día, la cleptocracia es eso: un reality show global, donde siempre ganan los mismos… y nosotros aplaudimos.