Consenso de las libertades democráticas. Ruptura
Por Morelos Canseco Gómez
En poco más de una semana, Claudia Sheinbaum Pardo habrá protestado el cargo de presidenta de la República. Recibirá la responsabilidad en una situación compleja.
En sus claros: disolución y olvido de la falta de equidad en los comicios y un resultado contundente sin consecuencias por las múltiples irregularidades; mayorías calificadas en ambas cámaras y mayoría morenista en las legislaturas locales; ruta en marcha para controlar a los poderes judiciales y suprimir organismos autónomos que disminuyeron el poder presidencial; aparato de propaganda gubernamental para influir en las actitudes políticas y sociales de simpatizantes y beneficiarios de subsidios presupuestales; y gestión electoral con base en las estructuras del poder ejecutivo y espacios afines de representación popular.
En sus obscuros: previsibles consecuencias de las decisiones de su antecesor en los mercados financiero, accionario y cambiario; diversas crisis de inseguridad en el país por los enfrentamientos violentos de cárteles de las drogas por el dominio territorial para sujetar a diversas autoridades locales y municipales a sus designios; entrega o pérdida de espacios de gestión pública civil ante la expansión de las Fuerzas Armadas; observación y evaluación de países con vínculos políticos y económicos mutuamente relevantes sobre los cambios que han ocurrido o se prevé que ocurran en los próximos meses.
Es estrecho el margen de maniobra en las finanzas públicas y no se aprecian condiciones para el crecimiento de la economía y el alivio correspondiente para la hacienda nacional y la creación de empleos, aunque el argumento del resultado electoral permite recurrir al discurso de la legitimidad del mandato.
Por otro lado, las fuerzas de las minorías opositoras viven entre el desprestigio del trayecto y del presente, la irrelevancia de los espacios para influir en la conducción de lo público y la ausencia de trabajo político y propuestas para preservar -en algo- e ir a la construcción -en más que algo- de una sustentación social para sobrevivir y, en su oportunidad, crecer y ser opciones viables para la ciudadanía.
Cabe agregar las sensaciones, especulaciones e interrogantes que produce la particular “convivencia” entre el Ejecutivo saliente -un consumado gesticulador- que dice ir al retiro y se afinca con todo -decisiones, nombramientos y hasta vástago en la inminente nueva dirigencia de Morena- en el timón que en breve corresponde asumir a la presidenta entrante. No se parece a las sucesiones de la Revolución Mexicana -las violentas, las terminantes, las institucionales y las pendulares-, y menos a las de la alternancia entre partidos. Son nuestra memoria más inmediata. ¿Se parecerá más a la de Porfirio Díaz y Manuel González en 1880?
El país lo conocerá al paso del tiempo razonable para colegir si la presidenta Sheinbaum ejerce el cargo sin la influencia y la intervención -supongo- encubierta de Andrés Manuel López Obrador. Por su naturaleza, la presidencia de la República, magistratura electiva diseñada para reemplazar al monarca de una dinastía hereditaria, es una monarquía democrática en el sentido etimológico de gobierno de una persona conferido por la mayoría de la voluntad ciudadana, y rechaza la idea y la práctica de dos personas compartiendo la responsabilidad. Al final, impera una persona; si no es la legítima mal para el gobierno y el Estado, y viceversa.
Habrá de definirse si lo que parece es o si se trató de una consideración infundada. Esta ruta especulativa tiende a identificarse no sólo con la previsión sobre la psique de las personas a quienes se estima enfrentan mayores tentaciones por prolongar su presencia en las tareas que ya no les corresponden o de plano anhelan prorrogarse en el mando con base en la popularidad y el control que pueden conservar del aparato público, sino con la idea de que las cosas cambien y que se revisen la dirección, la intensidad y el ritmo de las acciones públicas emprendidas por quien ha concluido el mandato recibido.
La cuestión del mando se resolverá. No habrá diarquía o bicefalía. Una persona imperará, sea la legítima o la que carezca de ese atributo, pero cualquiera que sea el desenlace, la trayectoria y, posiblemente, el paso no se modificará; no hay discrepancias en el propósito y fines entre el gobierno que termina y el que inicia su gestión el 1 de octubre de 2024. El recuerdo del período de los gobiernos post revolucionarios del siglo pasado cabe dejarlo en esa época como sucedáneo a la cadencia de gobiernos con un severo déficit democrático. No estamos ante el PRM o el PRI del siglo XX y las sucesiones de entonces. No estamos ante luchas internas entre el grupo gobernante, aunque las hay de dimensión menor y puedan evolucionar a mayores con el tiempo.
Estamos ante una cuestión mayor: la disputa por la Nación entre dos concepciones del poder, sus fines, su ejercicio y su legitimidad en el desempeño. Lo confirma la declaración del Ejecutivo saliente sobre la cesión de principios en aras de la eficacia y lograr la ausencia del senador Barreda y el voto del senador Yunes para asegurar el control de las reformas constitucionales sin el concurso de las minorías.
Los elementos objetivos de la realidad política afirman que no se modificará la dirección política, tampoco la intensidad de los cambios planteados ni el ritmo que mejor convenga a la fuerza imperante.
La polarización excluyente y la confrontación inherente arribó al contraste del modelo de la democracia liberal que postula el imperio de los derechos humanos y la convivencia de la pluralidad para resolver los problemas de la sociedad, bajo la premisa de la comunidad para la persona; y de la democracia popular que postula el imperio de la igualdad y la justicia social y el control del poder para hacer la voluntad de la mayoría sin espacio para el contrapeso, bajo la premisa de la persona para la comunidad.
Está roto en nuestra sociedad el consenso del acceso al poder y su ejercicio a través de las reglas e instrumentos de las libertades democráticas de las personas y se alza en busca del dominio en el mundo de las ideas y de la práctica política el postulado -que desea formar un nuevo consenso- del acceso al poder y su ejercicio a través de las reglas e instrumentos de la razón de la mayoría popular y su reivindicación en la conducción del Estado. En el eje de ambas concepciones está la cuestión social. Las 4T ve al pasado y lo hace raíz y motivación. ¿Habrá alternativa que vea al futuro y lo haga aspiración y meta?