Disonancias
La democracia según López Obrador.
Por Ricardo Alexander M.
Llegó con legitimidad y la votación de 53% de la población. Los resultados fueron inmediatamente reconocidos por las demás fuerzas políticas que supieron entender el juego y sus reglas. A veces se gana y a veces se pierde. Por eso en la elección de 2018 nuestra democracia se fortaleció.
Y es que justamente en ese momento se entendía que la democracia no era sólo un tema que se agotaba al emitir el voto, sino que involucra muchas cosas más: el reconocimiento de las leyes y las instituciones, la negociación entre fuerzas políticas, el respeto absoluto a los derechos humanos y la aspiración de tener un país donde confluyan de manera pacífica y respetuosa varias visiones de país.
Tan pronto llegó López Obrador al poder, empezó a minar el sistema desde adentro.
Golpeó a todas las instituciones que le significaban una oposición y declaró a las demás fuerzas como enemigos, no adversarios. Calificó a los organismos constitucionales autónomos como inútiles y los condenó a muerte.
Empezó a amedrentar al Poder Judicial —a través del traidor Arturo Zaldívar— y puso a un florero que no cumple con su función en la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Amenazó a la Auditoría Superior de la Federación con cortarle la cabeza si se atrevía a mostrarla y amarró con cadenas al órgano autónomo de trasparencia de la información pública.
Dentro de todo esto, fue respetuoso con las organizaciones criminales, al tiempo que se burló de los ciudadanos que se quejaban de la inseguridad y la violencia. También del desabasto de medicinas.
Atacó a periodistas y líderes de la sociedad civil que pedían rendición de cuentas. Incluso reveló, de manera completamente ilegal, su información personal, violando claramente los derechos humanos de quien se atrevió a criticar a su gobierno.
Usó las instituciones de procuración y persecución de justicia a su antojo. Persiguió a sus opositores políticos y críticos, y perdonó a sus aliados y familiares por sus evidentes delitos, al grado que escándalos como los de Segalmex o los contratos de sus hijos con el gobierno no han sido objeto de ningún tipo de investigación.
Hasta condecoró al dictador de Cuba y aplaudió al de Venezuela, sobre los que no hay ninguna duda de su carácter represor.
Ahora, el Presidente y su movimiento están cerca de completar su obra al entregar la seguridad pública a los militares, destruir la división de Poderes al ponerla a la orden de una sola voluntad y eliminar casi todos los organismos constitucionales autónomos, para de factolograr una dictadura constitucional.
Mientras lo hace, cínicamente se atreve a decir que es un “demócrata”.
En el ocaso de su sexenio, López Obrador entrega un Estado debilitado. Una democracia que agoniza y que está manchada con claros signos totalitarios. Donde se empieza a visualizar que está dispuesto a que su movimiento mantenga el poder a como dé lugar. Incluso abre la puerta para que sus hijos tomen las riendas de su partido político, aunque no han hecho nada para ganarse ese lugar.
Y aunque los aplaudidores del régimen guarden un cómplice silencio, la obscuridad va a cubrir a todos los mexicanos.