No cambia la realidad
Por Ricardo Alexander M.
No lo podemos negar. Ganó, y lo hizo de manera abrumadora. El proyecto de nación que planteó el presidente López Obrador durante su administración y que tuvo su “referéndum” el domingo pasado, recibió una rotunda aprobación.
Tenemos que aceptar que la mayoría de los mexicanos le dieron su voto y —prácticamente— un cheque en blanco. Eso no se puede poner en tela de juicio.
Pero tampoco hay duda de que sus gobiernos han sido groseramente corruptos desde hace décadas, empezando por los videoescándalos de René Bejarano y Carlos Imaz. Que sus hijos y cercanos han hecho millonarios negocios a costa de los mexicanos —lo cual está documentado—, involucrándose en los grandes contratos de este sexenio, incluyendo el Tren Maya y el sector salud.
Tampoco lo visto en las urnas cambia el hecho de que el crimen organizado controla enormes territorios en México con la venia de las Fuerzas Armadas, ni que durante su gestión se ha derramado la sangre de más de 180 mil mexicanos —eso sin considerar los desaparecidos—, y que nuestro país es una enorme narcofosa.
No cambia la realidad sobre el saqueo a las instituciones de salud, el desabasto de medicinas y los sobreprecios a los que hoy se compran las medicinas, y que México estuvo entre los países con niveles más altos de exceso de mortalidad durante la pandemia por covid-19.
La votación de las elecciones de esta semana no elimina la destrucción que se ha orquestado en la educación pública para privilegiar a los sindicatos de maestros, a costa de los niños y niñas que tienen derecho a una mejor educación.
No cambia que se les quemó un centro donde murieron encerrados 40 migrantes y que el comisionado del INM sigue en su puesto, sin ningún tipo de responsabilidad. Tampoco que un amigo del Presidente y sus secuaces se robaron cerca de 15 mil millones de pesos de Segalmex.
Tampoco, el hecho de que desde hace seis años se empezó a fraguar una elección de Estado basada en redes clientelares controladas por un ejército de “siervos de la nación” pagados con nuestros impuestos, que fueron a decir —en contra de lo que establece la Constitución— que los apoyos se los daba el Presidente ni la documentada compra de votos en favor del partido Morena.
No cambia que México es un país sin Estado de derecho, en el cual los delitos quedan impunes y mucho más si se es amigo del Presidente o de su movimiento. Y que ser oposición se paga caro. “A los amigos, justicia y gracia; a los enemigos, la ley a secas”, ya lo dijo el mandatario.
Claramente no cambia que buscan hacer una dictadura con nuestro marco constitucional —el plan C —, como en los peores tiempos del PRI. Que buscan desaparecer a los organismos constitucionales autónomos que se fueron fraguando por décadas y someter al poder Judicial de la Federación a sus propios intereses.
Los mercados saben esta realidad. Los inversionistas no se dejan engañar. Por eso han castigado en esta semana los ímpetus dictatoriales. Y, aunque el mandatario piense que ahora sus hijos pueden salir a “defenderse” y mentir para ir pavimentando su camino al gobierno, y que sus ínfulas tiránicas no son un problema para la mayoría de los mexicanos que no lo ven como un riesgo, eso no cambia la realidad.
Lástima que la victoria electoral no es un baño de pureza y las cosas se pueden seguir llamando por su nombre. Quién sabe por cuánto tiempo.