Venezuela no era Venezuela
Por Ricardo Alexander M.
Hace más de una década, inmerso en las bibliotecas de la UNAM, leyendo algunos libros —muy poco actualizados— para mi tesis de licenciatura, sobre la transición de los estados hacia la democracia, me saltó que, a mediados de los años 90, Venezuela era considerado uno de los países de América Latina más prometedores.
Sin embargo, para 2011 ya se empezaba a hablar que la Venezuela de Hugo Chávez era un régimen represor y coartaba los derechos de los ciudadanos. Había que actualizar esos libros de la UNAM.
A toro pasado ya tenemos la película completa. En 1998, aquel país tuvo un proceso electoral donde ganó, legalmente, Hugo Chávez. Era un militar que había dirigido un fallido golpe de Estado en 1992 por el que fue encarcelado dos años. Al salir se dedicó a recorrer el país para aumentar su popularidad.
Ya en el gobierno, de lo primero que hizo fue cooptar al Consejo Nacional Electoral que, desde 2000, le respondió a su movimiento. Le siguió la Defensoría del Pueblo, órgano de derechos humanos, y el Tribunal Supremo de Justicia.
Si bien durante los primeros años del chavismo hubo una aparentemente bonanza donde disminuyó la pobreza, principalmente por los programas sociales o “misiones”, el esquema fue insostenible. Básicamente se hacía para comprar votos.
Chávez utilizó mecanismos democráticos, como elecciones y plebiscitos, para socavar pilares democráticos fundamentales. A través de ellos logró modificar la Constitución para legitimar su dictadura.
Durante su mandato, predicó sobre los peligros de la riqueza, argumentando que “ser rico es malo” y destacando la importancia de su revolución para erradicar la pobreza. Sin embargo, los datos sugieren que mientras la tasa de pobreza de Venezuela aumentaba, Chávez y su familia acumulaban una fortuna cercana a los mil 800 millones de dólares, según Jerry Brewer, director de Criminal Justice International Associates (CJIA).
Fue así como utilizando la figura del referéndum, Chávez pudo reelegirse, casi sin oposición, hasta 2013, cuando murió. Le sucedió su vicepresidente Nicolás Maduro.
Desde su elección como presidente el 19 de noviembre de 2013, Maduro ha gobernado Venezuela por decreto. Concentra el poder a través de los órganos del Estado que deberían ser independientes, siempre con el soporte de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, que goza de enormes privilegios.
Un informe de la OEA ha determinado que durante su gestión se han cometido crímenes de lesa humanidad y más de 18 mil ejecuciones extrajudiciales. También, casi ocho millones de venezolanos se han visto obligados a salir del país.
El pasado 28 de julio sostuvieron elecciones donde fueron deportados observadores y existe evidencia de un fraude electoral, sin embargo, ya lo calificó el órgano electoral. Ninguna sorpresa, ganó el chavismo.
La oposición hoy es acusada de sublevación y el Ejército, para mantener sus privilegios, trabaja para el régimen y no para los ciudadanos. Su función es reprimir.
Hoy es un país pobre, violento y gobernado por un dictador. El chavismo ha dejado una economía en ruinas, hiperinflación e infraestructura en declive. Gran parte de los ingresos petroleros se dirigieron hacia programas sociales, enriquecimiento de una élite y financiamiento de movimientos de extrema izquierda en la región.
Por eso, Venezuela no era como Venezuela hasta que lo fue. “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”, dijo Jorge Santayana.
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